domingo, julio 31, 2005


Sin comentarios

HISTORIAS EN LA SALA DE URGENCIAS

El frío de la noche despejada se cuela por la puerta de vidrio, que desde afuera deja entrever el lento pero tenso movimiento dentro de la sala de urgencias. Las paredes azules, las sillas, la gente dormida y preocupada, médicos y paramédicos, el ruido del televisor… En una de las sillas está don Jorge, leyendo una revista y esperando al cardiólogo. Desde hace un par de horas le empezó a doler el pecho, nada serio si no fuera por su reciente preinfarto. A su lado, su mujer, con cara de evidente preocupación, con una bufanda y un gabán, y debajo de éste la pijama.

En pijama también le tocó salir de su casa a Juanita, una pequeña de cinco años cuya madre tiene a su hermanito en la barriguita. Ambas compartían una silla de ruedas, Juanita miraba a su madre de frente y abrazaba a su hermanito, mientras un Elmo de peluche se sentaba en la barriguita testigo de la escena. Pronto, la familia ya sería de cuatro. Otra mujer a punto de dar a luz hacía fila en el triage, ella sí estaba sola y tenía la mirada triste, no sabía donde estaba su esposo…

El lugar es pesado, forzosamente pulcro, con ese olor horrible de hospital y ese ambiente de circunstancia fortuita que hace imposible que uno se sienta totalmente a gusto, o totalmente cómodo. Es quizás el único lugar que existe por y para personas que no quieren estar allí, por aquellos cuya cotidianidad se interrumpe por una caída, un dolor, o hasta un balazo, y eso se nota. Es un lugar frío y poco emotivo, por más que haya niños que sonrían y ancianos que con su paz infinita esperen la muerte.

Este fue el caso de doña Etelvina, una venerable mujer de ochenta años a quien un escalón mal puesto le fracturó la cabeza del fémur. El dolor era insufrible, tanto que fue necesario inyectarle morfina para que ese dolor fuera una ilusión sensorial algo más agradable y requería una cirugía urgente. Dos cuartos a la derecha, don Jorge era sometido a un electrocardiograma de emergencia, y por la puerta, a toda velocidad, viajaba una camilla ensangrentada rumbo a la sala de cirugía con un cráneo fracturado y lesiones en la espalda… un Montoya etílico.

La sangre asustó a Juanita, quien apretó a su pequeño Elmo con fuerza y con la mirada buscó a su padre, y cuando lo encontró estaba pálido y mordiéndose las uñas a la víspera de Julián, el nuevo bebé. Dos puestos después, una señora arreglada lloraba en silencio, doña Etelvina, su madre, no había aguantado la anestesia. Jorge salió aliviado al ver los resultados del electrocardiograma, era una complicación normal de su preinfarto y podía ver terminar de ver crecer a sus hijos adolescentes. A la salida se estrelló con un borracho, quien gritaba que su mujer estaba ahí y que quería que no le mataran al primogénito. A quien sí se lo mataron fue al padre del ensangrentado, quien acababa de morir ante los ojos de aquel que le dio la vida, y el carro.

Lo único que puedo opinar es que ya fue demasiada vida, y demasiada muerte por un día.

miércoles, julio 27, 2005


¿Dónde está que no lo veo?

LAS PARADOJAS DEL 'ROLO LONDINENSE'

Se que muchos no van a leer con mucho cariño este 'post', y se también que dirán que no todos los bogotanos son (somos) así -objeción que acepto-, que soy un prejuicioso o un resentido, que 'tengo huevo', que cómo se me ocurre ofender la dignidad de la unica ciudad de este país, etc. Pero francamente no me interesa, primero porque lo que denunciaré a continuación es una situación que me ha tocado sufrir personalmente, y segundo porque me parece una actitud tonta, abusiva y repugnante. Me refiero a lo que llamaré las paradojas del 'rolo londinense'.
Antes de explicar la paradoja quisiera referir un poco de mi historia personal. Yo nací en Bogotá hace 18 años, de madre rola como el ajiaco y de padre costeño como el arroz con coco. A la edad de 7 años me trasteé a Barranquilla, ciudad donde conocí a mis mejores amigos y a la que, si bien critico mucho por razones que me parecen válidas, tengo muy arraigada en mis afectos. Nueve años despues me devolví a esta ciudad, que también quiero muchísimo. Resulta que el tiempo no pasa en vano, y cuando me devolví tenía en mi lengua el acento costeño atravesado como una daga. ¿Las reacciones? "¡Costeño 'mamaburra'!". Si fuera por eso, vaya y venga: aunque NUNCA me 'mamaré' un animal peludo de cuatro patas, se que en la Costa, especialmente en los pueblitos, hay personas que hacen eso, por lo que no puedo hacer nada contra una fama cuyo origen me consta. El problema es que esa es la expresión perfecta del complejo de londinense que algunos rolos sufren: creen que son las únicas personas dignas de respeto en este país.
Que en Medellín son unos 'gamines', que en Cali son unos 'traquetos', que el resto del mundo es un pueblerino, que los Bogotanos somos el centro de este país, y por ende, todos deben tratarnos como príncipes. Todas citas "textuales" de conversacíones con nacidos en esta ciudad. Lo triste es que, donde quiera que van, ellos se creen más que todo el mundo y despotrican a siete lenguas de las ciudades que los acogen, y que en muchos casos les dan educación a sus hijos y sustento a sus familias. Pero, ¿sus cuatro abuelos son bogotanos?. No, la mayoría de las veces. Y si averiguan un poco su historia familiar, les aseguro con toda certeza que sus ocho bisabuelos no fueron bogotanos.
Señoras y señores, la ciudad que según algunos sólo debe ser habitada por bogotanos fue poblada por inmigrantes. Sí, así como lo oyen. Y esa es la primera paradoja del 'rolo londinense', que su abuelo es un 'mugriento' paisa, o un campesino -hay que ver los ojos y oir las voces de estos acomplejados cuando mencionan esa palabra para darse cuenta de la actitud tan despectiva para quienes cultivan lo que ellos se comen-. Y la respuesta más inteligente que he oido a ese cuestionamiento, es la siguiente: "todos los paisas son una mierda menos mi abuelo". Bogotá no es la única ciudad de este país. Quienes dicen eso hablan de la arquitectura, de la conciencia de ciudad, etc. Yo diría: Bogotá es la única ciudad cosmopolita de este país, pero no es la única ciudad. Edificios hay en todas partes, y respecto a la cultura ciudadana me gustaría recordar que Bogotá era una ciudad antes de Mockus, así que no inventen justificaciones tontas.
Y hay que verlos cuando llega un londinense de verdad: arrodillados y postrados como viles esclavos. Esa es la segunda paradoja. Los extranjeros los ven como un rolo ve a un negrito que vende chontaduro, como especímenes exoticos. Y lo peor es que se dejan y el orgullo rolo se les oculta entre las entrañas como perro recién regañado.
Repito: no todos los bogotanos son así, pero los hay. Y muchos. Y a esos les pregunto: ¿se les perdió el Big Ben?

lunes, julio 25, 2005


Los muertos de nuestra ciudad se cuentan por montones; las víctimas de esas muertes, por millones

26 MUÑECOS

Ayer en Bogotá murieron 26 sin esperárselo. 26 padres, madres, esposos, esposas, hijos, hijas, abuelos y abuelas. 26 futuros cegados por las balas, los 'chuzos', etc. Y eso sólo ayer. ¿Qué haremos con todas las víctimas de los 'Montoyas etílicos', de la imprudencia peatonal, de las balas perdidas? ¿Qué haremos con los miles de muertos espirituales que llegan a nuestra ciudad producto del desplazamiento forzado?
Los muertos de nuestra ciudad se cuentan por montones; las víctimas de esas muertes, por millones. Recuerdo el triste caso de un conocido, cuyo único crimen fue hacer dinero montando supermercados en el sur de la ciudad. Al tipo lo agarraron un día en el trabajo, y apareció debajo de una placa de concreto. En el barrio donde hizo el primero, los vecinos hicieron brigada para buscarlo. En la misa del año, no cabía la gente.
¿Qué pasa? Bogotá siempre ha sido una ciudad violenta, de esas que cargan el estigma de ser colombianas -me perdonan lo obvio-. Violencia, sicariato, narcotráfico, muerte... En este panorama Mockus hizo algo muy valioso, rescatar la cultura de la vida. Cultura que se está perdiendo, y sangre que se está derramando injustamente. Razones sociales hay las que se quieran, culturales también. Pero hasta ahora entiendo el porqué de la cultura ciudadana: en el fondo, es una cultura del respeto por el otro; algo que a todos los niveles hace falta en Bogotá, más allá de las zanahorias y de las tarjeticas rojas.
Si no, que lo digan los y las 26 nuevos o nuevas viudos y viudas de ayer.

domingo, julio 24, 2005

CRÓNICA DE UNA NOCHE DE RUMBA EN BOGOTÁ (PARTE II - LA CALERA)

No ha dejado de hacer frío en esta ciudad, el viernes no iba a ser la excepción. Ya en mi casa sentía que esta noche iba a requerir un par de 'guaros' para calentarla, afortunadamente yo no era el 'conductor elegido'. Porque a La Calera sólo se puede subir en carro, chiva o van. Una lomita bastante larga, fría y solitaria recibe a todo rumbero de viernes, desde la cual se obtiene una vista bastante curiosa de Bogotá -lo siento, me gusta más la de las Torres del Parque-, y luego, otra loma para llegar a cada sitio.
1. Fauna característica
Por el camino uno se encuentra con ciertos especímenes que paso a describir. En primer lugar, la típica parejita de motel o mirador -copulus arrechus-, de vidrios empañados y rostros sonrojados. Lo que me parece curioso es que todavía haya personas que creen que pueden convencer a alguien de que esas casas grandes con garajes altos, a las cuales nadie entra sin acompañante, son tan inocentes como los salones de un jardín infantil; o de que catorce carros, todos ocupados por sus respectivas parejas, se vararon y se les empañaron los vidrios entre La Calera y Bogotá. Y que todos al día siguiente quedaron oliendo a lo mismo.
Otro especimen muy común es el gomelito que se cree dueño del mundo -gomelus idiotae-, que con escasos 15 o 16 años está más borracho que Barney Gomez en cervecería, que detesta que lo miren feo, que lo toquen más de la cuenta y, sobre todo, que lo pongan a hacer fila. Porque señores, La Calera es el lugar predilecto para las fiestas de colegio 'play'. Y no tengo nada contra esas fiestas, sino contra algunos de los especímenes que las disfrutan. Semejantes sonsos, con su caja de Néctar o de Moscatel del Cura Ebrio en la mano, llegan en galladas a estas fiesticas, con boletas revendidas y sobrevendidas, y casi siempre salen o bien cacheteados por la niña de la cual se querían aprovechar o bien golpeados por animales de su misma especie -que tiene cierta tendencia a un canibalismo que no es posible explicar racionalmente-.
El último de los especímenes, bastante común por estos lados, es la tan famosa 'golfa', o "taxi de pueblo", porque todo el mundo se ha montado en ella. Su nombre científico es eterna perniabiertae, y se distingue por los siguientes rasgos:
a) En su rostro pulula el maquillaje en todas sus formas, bases, pestañinas y todos esos menjurjes que mi condición básica masculina impide que sepa sus nombres abundan en el rostro de la ejemplar.
b) Se reconocen por su olor penetrante, dulzón y en primer momento agradable, pero que después de diez segundos tiende a ser embriagante y altamente venenoso.
c) Sus atuendos característicos incluyen: pulseras en los tobillos, joyas de todo tipo, material y precio, escotes muy (muy) profundos, descaderados cuya parte superior no alcanza la parte baja del pubis, e ropa interior brillante (por su casi-ausencia) y sobresaliente.
d) Tienen una vista -y al parecer un olfato- muy rápidos y agudos. Al ver un especimen de macho con una billetera lo suficientemente amplia lo cazan, lo seducen, lo embriagan y no lo sueltan hasta que realizan la cópula, o en su defecto, un intercambio de fluídos por una o varias partes del cuerpo, con la respectiva contraprestación etílica -y/o en algunos casos marihuánica, pépica o cocaínica- para ella, las amigas, las conocidas, las primas, la novia -así como lo oyen-, y todo aquel que esta "dama" tenga la dicha de conocer.
2. Rituales
Ya a punto de entrar, todo el mundo tomándose unos tragos, adentro más trago, y lo de siempre. El omnipresente y archidetestable 'perreo' haciendo de las suyas, las niñas exhibiéndose como les da la gana encima de las mesas, los 'chulos' buscando levante, las parejitas, los borrachos, los amargados, los especímenes anteriormente mencionado actuando conforme a su naturaleza, adorables parejas 'tirando' en los baños, etcétera.
Los característicos tropeles, como siempre, son iniciados por los gomelitos por las razones más diversas: "este hp. me miro mal" o "me quitó a la nena" (¿es propiedad suya, pendejo?)... De estas peleillas ocasionalmente algunos salen heridos o muertos, como el indivíduo de esta especie que se hizo matar por un episodio similar en Chía hace un año. Pelean porque sí, porque no y por si las dudas, con cinturones, botellas despicadas, puños, cuchillos de cocina, vidrios de carro, etcétera. Por parches, por barrios, en fin. Todo es un buen motivo para partirle la jeta a alguien.
Por mi parte, yo disfrutando de toda esta ironía posmoderna, de toda esta tragedia bogotana al mejor estilo de Sófocles, algo menos sobrio de lo normal -porque el trago es MUY barato-, aguantando frío y con ganas de una picada como las que venden por la bajada. Volvemos a ver a las parejitas, nos comemos la picada, y bajamos a Bogotá mientras cada una de las especies sigue actuando conforme a su naturaleza, mientras La Calera sigue siendo el lugar donde los niños 'play' aprenden a rumbear, a tomar y a pelear.

viernes, julio 22, 2005


Ojalá pueda hacerse algo bueno para todos...

VIAJE AL FONDO DEL EXCARTUCHO

Para bien o para mal, Bogotá se ha transformado y se está transformando. Independientemente de lo apropiado o no que fue su manejo, Peñalosa fue quien explotó esa peculiaridad que tienen las grandes ciudades por la cual las grandes obras civiles tienen una influencia determinante en la generación de nuevas dinámicas sociales considerables. Nada más ver el caso de los bolardos, de Transmilenio o de la “recuperación” del espacio público: para bien o para mal, han cambiado la forma en la que se vive en Bogotá.

El Parque Tercer Milenio, construido donde quedaba la antigua –pero no desaparecida- Calle del Cartucho, no es la excepción. Todo lo contrario, es junto con el ya mencionado Transmilenio la obra civil que más repercusiones sociales ha tenido. Aparte del ya conocido fenómeno de la proliferación de ‘cartuchitos’ que ya tuvo repercusiones importantes como la toma por parte de los indigentes del cruce de la carrera 30 con calle 19 hace un par de meses, el cambio tan drástico que ha sufrido la zona tiene repercusiones importantes.

Es refrescante para el andador habitual del Centro, como yo, ver que cada vez hay menos zonas vedadas y que cada vez se puede caminar más a gusto en algunas partes de Bogotá donde antes poner un pie significaba un atraco seguro. Pero tampoco podemos pensar que a punta de diseminar a los indigentes vamos a arreglar el problema. Zonas como la plaza de San Victorino, la avenida Jiménez y La Candelaria se están llenando de estas personas, y para nadie es un secreto la problemática que la proliferación de indigentes genera en cualquier sector.

El proyecto del parque, inobjetable. Es, de lejos, lo mejor que podía haberle pasado a esa zona. Cambiar tan drásticamente la vocación del sector no es solo un alivio para sus habitantes y habituales visitantes, es un paso decisivo en el proyecto de recuperación del centro, que esperemos traiga nuevos aires a ese sector tan importante de nuestra capital. Ojala sea un proyecto inclusivo y pensado para todos los bogotanos, y no se convierta en otro Parque de la 93, exclusivo y racista como ningún otro lugar en América Latina.

Pero hay que pensar en los indigentes. Lo que pasó en la 30 fue un campanazo de alerta, un campanazo que no puede obviarse. Ni siquiera el desalojado Cartucho es una zona del todo segura, caminar por allí aún es peligroso. Pero esperemos que lo bueno que se ha hecho termine de hacerse bien, y que nuestros gobernantes encuentren una solución que lesione la menor cantidad posible de intereses, que respete la dignidad y derechos de los indigentes, y que les permita, de acuerdo con su condición, un nivel de vida adecuado y digno.
Si quiere conocer un documento del Bienestar Social sobre lo que se está haciendo en El Cartucho haga clic aquí

lunes, julio 18, 2005


¿Duerme nuestra sociedad en colchones de púas?

PANDILLAS ESTRATO SEIS

Quienes creían que el pandillismo era un fenómeno exclusivo de las zonas deprimidas de Bogotá no podían estar más equivocados. En las zonas de clase media y alta también existen grupos que, supuestamente congregados bajo “ideologías” políticas ajenas a nuestra realidad e intereses, son en muchos casos ‘gavillas’ de jóvenes, pero en otros no son sino fachadas para la distribución y consumo de drogas, al igual que para el vandalismo y la violencia organizados.

Hablo de las denominadas “tribus urbanas”. Grupos cuasiuniformados de jóvenes entre los 14 y los 20 años, que dicen identificarse como tales por compartir una afinidad por cierta clase de música y por cierta clase de preceptos cuasipolíticos. En su mayoría, son simplemente agrupaciones de jóvenes que desafortunadamente no han encontrado una individualidad, pero en otros casos son una jauría de problemáticos y violentos que se escudan en una de las tantas pseudoideologías que abundan en nuestro planeta para justificar un consumo exagerado y autodestructivo de drogas, o bien para acometer conductas violentas entre tribus, que incluso han dejado cuadrapléjicos a algunos de sus jóvenes miembros.

Preocupante situación. Por un lado, la existencia de las susodichas tribus pone de manifiesto que nuestra sociedad no se está esforzando por educar en su individualidad, y sobre todo en su autonomía, a sus miembros más jóvenes. Los idearios de estos grupos se caracterizan en su conjunto por su tónica anti-stablishment, lo cual sería perfecto si las críticas no fueran ignorantes y poco argumentadas, cuando lo son. Se están formando jóvenes que entran a las tribus por presión de grupo o por adquirir una posición en el entramado social, quienes ‘queman’ su etapa, entran al sistema y adquieren la forma y el pensamiento de la mayoría de sus compatriotas, unos consumidores y electores acríticos.

Por si esto no fuera suficientemente grave, nos hallamos frente a una de las tantas mimesis en las que la violencia, esa enfermedad patológica y -para algunos- genética que sufrimos los colombianos, se manifiesta. Si un ‘chino’ de 12 o 13 años está aprendiendo a odiar a sus congéneres por una razón tan estúpida como lo es el pertenecer a otra tribu, no nos sorprendamos cuando asesine a alguno de los nuestros o vuestros por cualquier otra razón igual de estúpida.

Yo no tengo hijos ni quiero tenerlos, menos cuando me doy cuenta de lo incoherente que es esta sociedad en la que hemos tenido la fortuna y la desgracia de vivir: en las escuelas convencen a los niños de que son el futuro, mientras destruyen su mundo y les enseñan a que lo terminen de destruir. Gracias por casi nada.

martes, julio 12, 2005

AVISO

Que tal. Lamento informar que, debido a un problema familiar, no me va a ser posible 'postear' esta semana. Espero me disculpen.
JOSE

jueves, julio 07, 2005

EL CLIMA ESTÁ LOCO

Y no solo es aquí en Bogotá, donde ayer hizo un frío impresionante y hoy el día estuvo bastante soleado y claro. En todo el país el clima fluctúa como el caminado de un borracho a medianoche, lo cual me lleva a varias reflexiones. Cuentan los abuelos que Bogotá -afortunadamente- se ha calentado con el pasar de los años, y que antes era raro el día que no lloviera e inexistente el día que 'el mono' asomara por las ventanas de los 'rolos' de entonces. Señoras y señores, he frente a vuestras narices el tan mentado efecto invernadero. ¿Culpa de quién? Según la ONU, de los grandes países que emiten enormes cantidades de monóxido de carbono a la atmósfera. Y aunque en Bogotá los efectos sean bastante agradables, no lo son en todas partes. La peor consecuencia es que, si el calentiamiento global sigue al paso que va, las capas glaciales van a derretirse y van a desaparecer las tierras bajas.
¿Cómo ayudar a que no suceda? Muy fácil, reduciendo las emisiones de monóxido de carbono que cada uno de nosotros provoca. Aunque es poco probable que en nuestra nevera alguien tenga aire acondicionado, si lo tiene debería poner el termostato en una temperatura considerada con el medio ambiente, es decir, 20°C o más, temperaturas que en Bogotá rara vez experimentamos y que son bastante cómodas. En lo que sí 'chanta el guante' para muchos bogotanos es en evitar el uso del carro si no es absolutamente necesario. Los automóviles son la principal fuente de emisiones. Afortunadamente en Bogotá hay una infraestructura relativamente decente para los no-automovilistas, aunque tristemente no hay conciencia por parte de los conductores, quienes -y especialmente los escoltas- se creen los dueños de la calle.

miércoles, julio 06, 2005


Se reserva el derecho de explotación

CADA ESQUINA ES UN BOTÍN

En el puente de estación de Transmilenio de la 127, saliendo por el costado occidental, solía estacionarse un vendedor de arepas con chorizo. Estaba con unos amigos comprando algo, y me dio, cual embarazada, el antojo de comerme uno de los susodichos manjares. Cuando llego, me doy cuenta que estaban a casi el doble del precio, y después de la consabida pregunta sobre el desmedido aumento viene la chocante respuesta del expendedor: “Papito, el que las vendía a ese precio se hacia del otro lado y toco echarlo del lugar”. No me imagino como lo echaron.

Es cierto, las esquinas se están convirtiendo en lugares de guerra entre los vendedores. Un amigo que trabaja en el Consultorio Jurídico de la Universidad me contaba que abundan los casos de lesiones personales entre vendedores ambulantes, que se hacen en el mismo sitio y terminan casi siempre por las malas. Mala cosa. Especialmente cuando cada vez hay menos espacio para trabajar, más personas “inactivas” y la “verdad” es cada vez menos verdadera merced de un DANE vendido al gobierno que quiere meter en las encuestas los logros sociales que no ha conseguido, y que si no cambia de tónica, no conseguirá nunca.

La ley del rebusque no sólo implica ganarse el pan como sea, implica no dejar a otro hacer lo mismo. Es el típico caso de los conductores de bus, para quienes quitarle pasajeros al colega que está detrás es tan o más importante que recoger los propios. Lo complicado es que cada vez haya más gente en Bogotá viviendo de la caridad distrital o del rebusque y/o ley del más fuerte. Es necesario hacer cosas para aliviar la pobreza, lo acepto. Pero, estoy cansado de escribirlo, es aún más necesario hacer cosas para erradicarla.

Cuando exista alguien que de verdad piense en las problemáticas bogotanas como propias y no como remedos de problemáticas ajenas, y en consecuencia invente soluciones únicas y no remedos de otras que generalmente fracasaron donde se implementaron, empezaremos a ver como Bogotá sale del atolladero social tan profundo en el que se halla, atolladero que ya empieza a verse como un abismo porque todos le sacan tierra cuando les da la gana.

domingo, julio 03, 2005

CRÓNICA DE UNA NOCHE DE RUMBA EN BOGOTÁ (PARTE I-ZONA ROSA)

Era una noche de viernes cualquiera, algo fría. El paisaje urbano era común, muchos jóvenes pensando meterse a un ‘chuzo’ a pasar la noche, o a emborracharse como unas cubas y terminar tambaleando en una esquina. Algunos muy bien vestidos, camisas limpias casi nuevas, chaquetas finas y peinados relucientes, otros no tanto. Todos en busca de un rato de diversión. La Zona Rosa, comprendida entre las calles 82 y 85 y las carreras 12 a 15, vivía otro más de sus viernes de esplendor.

Grupos de jóvenes en las esquinas esperando empezar la rumba, taxis vacíos y llenos, automóviles llenos de niños y niñas bien vestidos oyendo ‘reggaeton’, y muchos policías. Muchas botellas, algunos ‘porros’ y una que otra aglomeración para entrar. Vendedores ambulantes que no sólo venden cigarrillos y dulces, esperando hacerse el diario para pagarle al proveedor. Uno que otro indigente, especialmente sobre la 15. Una que otra amante por contrato, con su inigualable pero cara belleza, montada en un excelente carro. Y algunas aglomeraciones para entrar a los bares y discotecas de la zona, dentro de los cuales la vida toma otro color, el de las luces.

Ya dentro de los lugares, lo de siempre. Parejas, grupos, uno que otro ‘marrano’, mucho trago, mucho cigarrillo, etcétera. Afuera, la calle cada vez más sola, algunos tropeles y algunos jóvenes detenidos. Los taxis haciendo fila para hacer carreras al doble del precio, y los policías viendo a ver como llenan la UPJ a punta de cargos por posesión de marihuana que no superan la dosis personal, y de borrachos menores de edad. Los vendedores esperando sus clientes habituales u otros nuevos, pero la noche no va a ser buena, hay demasiado ‘tombo’ merodeando.

A las tres, para afuera. La antipática ley zanahoria obliga a los dueños de los lugares a no expender alcohol después de esa hora, y como ya no es negocio tener gente que no consuma entonces los sacan de los lugares justo en medio de lo mejor de la rumba. Los grupos que hace apenas algunas horas hacían fila para entrar ahora, mucho más ebrios, buscan la manera de terminar de embrutecerse. Otros ya deciden irse para su casa y tomar un taxi, mientras lo único que queda de la noche de viernes son las botellas vacías, los heridos, los detenidos y los habitantes de la calle, mientras por la mañana la zona se preparará para repetir esta historia la noche siguiente.

EN JULIO

Antes de todo quisiera pedir disculpas a mis lectores por la inactividad del 'blog' la semana pasada. Estuve enfermo y tuve problemas con mi conexión a Internet, lo que me impidió dedicarme a escribir y tener tiempo de publicar. Creo que ya estoy mejor, y espero no tener más esta clase de inconvenientes. En julio, además de los habituales 'posts' tres veces por semana, empezaré a publicar una sección que se llamará "Crónica de la rumba bogotana", cada quince días los domingos. Empezaré con crónicas sobre la rumba en cuatro zonas de la ciudad: La 82, Parque de la 93, La Calera y Cuadra Picha. Luego, publicaré crónicas sobre difeentes establecimientos o sobre situaciones cotidianas. Además, invito a quien quiera enviar fotografías de Bogotá que lo haga a jpenarredonda@yahoo.com, las cuales publicaré con su respectivo crédito. Gracias por su comprensión.