martes, octubre 10, 2006

CANTA EN LOS BUSES, PERO VIAJA EN AVIÓN

Ricardo Castañeda quiere un carro deportivo de 90.000 dólares. Por eso, todos los días agarra su guitarra y sale a la calle a convencer a los conductores de bus de que lo dejen entrar a cantar una canción.

Ni las manos ni la garganta parecen cansársele nunca. Desde el primer autobús hasta el último del día canta con las mismas ganas con las que hace 16 años se subió, por la puerta de atrás, a reunir el dinero de una noche de hotel en su natal Medellín. Se había ido de su casa y le tocaba empezar a vivir por su cuenta, no aguantó que su papá golpeara a su mamá.

El primer bus de la tarde era viejo, sucio y destartalado. Sus pasajeros cabeceaban, perdían la pelea contra el sopor de la tarde de sol. Él los saludó efusivamente, con su voz de maestro de ceremonias: sabía que si los sacaba de la modorra ganaría buen dinero.

“Espero que se hayan despertado con ganas de alcanzar un gran propósito”, les dijo. Les iba a cantar una de las 520 canciones que ha compuesto, pero no cualquiera. Esta vez se acordó de que no era un cantante de bus más.

Y alguien sentado me repara porque uso buenos Nike y un reloj aniquelado (sic),
y el celular de medio lado y no es lo que hace feliz.
Yo no canto para mí, sino por los sueños que amo.

Su voz es fuerte. La señora de ojos verdes que estaba en la primera silla de la derecha lo miró de reojo y siguió con la vista perdida en la calle. El muchacho de la última banca se sonrió, después le confesaría que la canción le movió las entrañas y que deseó que cantara otra. “No, ‘mano’, si me pongo a repetir se me acaba el tiempo aquí”, le respondió Ricardo con una sonrisa.

Su guitarra brasileña de 1’400.000 pesos tiene una pequeña fractura en la tapa y por momentos sus cuerdas suenan sordas; no parece tan cara. Ricardo por ratos frunce el ceño cuando canta, los cambios de tono a veces le cuestan.

Cuando terminó, un aplauso animoso se dejó oír. Ricardo lo había logrado de nuevo, había despertado a su auditorio. Después de que se bajó, contó con habilidad los 4.000 pesos que reunió en ese bus sumando las monedas, el billete de 2.000 que una mujer de tímida sonrisa le pasó y la moneda estadounidense de cinco centavos que tal vez alguien le dio para mofársele, pero que ahora guardará como uno de tantos recuerdos de su periplo por el transporte público.

“Alguna vez alguien me dio un billete de veinte euros”, cuenta Ricardo. En otra ocasión reunió 150.000 pesos en un día. Entre sus satisfacciones no sólo recuerda el dinero que ha ganado, también algunas anécdotas que le arrancan carcajadas.

En una ocasión se le cayó el chicle que masticaba para mantener saliva en la boca, pero en medio de los senos de una mujer. “Qué pena, ¿yo cómo saco esto?”, fue lo que atinó a pensar en ese momento. Otro día se montó en un bus, pero en el momento más inoportuno. “Yo le hice la parada a un conductor amigo. Él me gritó que no me subiera pero yo no lo escuché.” El bus llevaba un entierro. “Yo empecé a cantar y todo el mundo estaba llorando.”, cuenta Ricardo entre risas. En otro bus le ocurrió que, cuando el bus en el que iba hizo una frenada “ni la hijuemíchica”, fue a dar en medio de las piernas de una monja.

Montado en un bus tras otro, llegó de la carrera décima con calle 13 al Parque Nacional, en la 39 con Séptima. Allí se encontró con dos de sus colegas en la juglaría urbana: Patricia Valenzuela, una mujer de pelo rubio y juventud tardía que está en el oficio desde hace ocho años y David Salomón Rodríguez, un veterano de los buses que durante 10 años cargó con una arpa grande y pesada.

“Hoy es el primer día que salgo con el cuatro. Lo que pasa es que se han acabado los buses grandes y el arpa en las busetas pequeñas es un problema”, cuenta David con nostalgia.

Los cantantes de autobús han intentado organizarse varias veces, pero no lo han logrado. “Íbamos más o menos bien, pero no nos pusimos de acuerdo”, comenta David. “Es más fácil organizar un grupo de niños”, agrega Patricia. “Además, para mucha gente el arte urbano no deja de ser otro tipo de mendicidad, no podemos cumplir las expectativas que buscamos y que necesitamos”, remata la mujer.

Después de la charla con los colegas, Ricardo sigue su camino. Tiene que trabajar mucho hoy, pues necesita recuperar el dinero que invirtió en los pasajes de avión con los que mañana viajará a Medellín a ver a su hija menor, de seis meses de nacida. “Ella es hija de la mujer que yo más quiero en la vida, a la que le he escrito mis mejores canciones”.

Hace un mes se divorció de esa mujer, llamada Maria Victoria. “No creyó en mi sueño”, dice Ricardo con tristeza. Tal vez vino a Bogotá a olvidarla, a cantarle a los ‘rolos’ las canciones que le escribió y a verla en el rostro de una pasajera meditabunda y morena. Tal vez ahora no se de cuenta, pero las canciones le quedarán aunque los sentimientos desaparezcan.

Ricardo no sólo le canta a su ex esposa. También le ha escrito canciones a sus hijas y a sus amores pasados, al Dios cristiano en el que siempre creyó y al papá por el que se fue de la casa. Además compone jingles, por lo que con dos socios montó una empresa en Medellín.

Dice Leonardo Parra, uno de los socios, que “Ricardo es un artista proyectado”. Relata emocionado que un día les encargaron un jingle que Castañeda compuso en sólo diez minutos. “Yo era impresionado con la velocidad de este ‘man’, el jingle le había quedado perfecto en muy poco tiempo cuando por lo general la gente se demora sus buenas horas haciendo eso”.

La empresa se llama “Mente Abierta”. Según Ricardo está consolidada en Medellín, aunque “a Bogotá ha sido difícil entrar porque la rosca es muy brava”. Ellos presentaron una propuesta para la música del cabezote de la telenovela Sin tetas no hay paraíso, pero fue rechazada por Caracol. Nunca les dieron razones.

Sin embargo, Ricardo no necesita de los jingles para comer. Su eterno peregrinaje entre buses y busetas lo ha llevado, guitarra en mano, por las calles de Bogotá, Medellín, Lima, Santiago y Buenos Aires. Rodrigo dice que “los buses dan pa’todo”, y es verdad. Le dan para la comida y el sustento, para sus guitarras caras, sus buenos Nike y su reloj “aniquelado”. Incluso, le dan para viajar en avión.

domingo, enero 22, 2006

LAS CINCO MAÑAS

Bueno, pues por un gentil encargo de la señoritas Pili y Bliss, y para seguir en la tónica de exponer la parte mas mugrosa y extraña de quienes escribimos blogs, expongo a continuación mis cinco mañas más freaks.

1) Muerdo todo. El cuello de mis camisetas, los palos de revolver el café, los palos del bom bom bum, los filtros de los cigarrillos, los esferos, los borradores, los cables, las antenas de los teléfonos, los pelos que me logro sacar con las manos, los cueros de las uñas, los cordones, bolas de papel, etc. Es extrañamente adictiva la sensación de morder todo, la sutil resistencia que los cuerpos medinamente blandos ejercen sobre mi mandíbula y la forma deliciosa y delicada con las que esa resistencia es vencida por mis músculos maxilofaciales... Freak, ¿no? Afortunadamente no me muerdo las uñas.

2) Tengo mis hábitos para brindar. Ella, ella, ella, él y él lo saben. Surgieron gracias a litros y litros de alcohol ingeridos con mis compañeros de la U, y ya me siento mal si no los cumplo a la perfección. El primero de ellos consiste en siempre brindar con la izquierda, la mano del corazón. Si no lo hago, se supone que Cupido y Eros se confabularán contra mí -aunque sean el mismo gato- y me impediran enamorarme por los próximos siete años. Ahora, no se si ese sea un premio o un castigo... El segundo de ellos consiste en siempre mirar a los ojos a la persona con quien se brinda, o si no -y este si es de los peores castigos posibles- los siete años que vendrán no estarán acompañados del sosiego del buen sexo, sino de la pesadilla de uno pésimo, frígido y lánguido... El último de ellos es casi una regla de cortesía, pero si se incumple se corre con el riesgo de no disfrutar ni padecer de actividad sexual alguna: me refiero a siempre tomar cuando se brinda. Así que si a alguno de ustedes se le ofrece compartir una vianda etílica conmigo, ya sabe a qué atenerse.

3) Mis recuerdos me atropellan. Esto es reciente, pero de vez en cuando, cual vil poseído de película hollywoodense de esas a las que los manes llevan a las viejas para que los abracen, en mi mente se proyecta un momento pasado (generalmente de hace más de diez años) con una vividez asombrosa y a veces mortificante... Lo peor del cuento es que lo puedo hacer cada vez que quiera, y de vez en cuando ocurre espontaneamente...

4) Soy un loco atacado de zambito. Algunas personas, en momentos de aburrimiento empiezan a mover rítmicamente una pierna, un dedo, un pie o lo que sea. Ahora, yo lo hago con cinco partes al tiempo después de veinte segundos de estar quieto. Se supone que eso es una secuela de la ansiedad que por ratos me agobia, pero no se... De hecho no es rico, sólo es una costumbre bastante molesta para algunos, sobre todo los vecinos de mesa y/o de pupitre en la Universidad. Debe serlo, imagínenme mordiendo el lapiz y moviendo el dedo y la pierna al tiempo mientras el profesor intenta explicar cómo la revolución industrial fue el clímax de la Ilustración...

5) Tengo complejo de fuente. En cualquier superficie acuática de profundidad mediana, llámese piscina de bronceado sabanero, río de paseo de olla o mar de paseo de playa, me pasa que de un momento a otro me da uno de esos lapsus que me recuerdan mi duda sobre si superé la etapa oral freudiana y cojo agua entre mis cachetes y la expulso al mejor estilo de una ballena en celo... Se que es desagradable y asqueroso, pero no lo puedo evitar. Antes me imaginaba como una de esas estatuas barrocas, toda blanca y de mármol, en una pose decorativa a tamaño natural y desnuda en la mitad de una piscina, y me imaginaba que la gente se tomaba fotos al lado mio y me tocaba la panza porque era de buena suerte... Eso si que era freak; pero ahora me veo como un tipo asqueroso que bota agua por la boca.

Y ahora bien, los cinco a quienes les paso la bola son:

1) Laurita o La Niña de Ipanema
2) Nannita
3) Juglar

Emm... bueno, todos mis otros candidatos ya fueron escogidos por alguien más, así que sólo quedan tres...


viernes, enero 20, 2006


Caja boba...

NUEVAS REFLEXIONES SOBRE LA CAJA BOBA

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Reflexionaba con un colega blogger sobre temas diversos de la programación televisiva, y en uno de los avatares de esa conversación surgió mi objeción fundamental sobre la forma en la que la mayoría de los productores de televisión –excepto la honrosa excepción de quienes hacen Los Simpsons- subestiman a los televidentes tratándolos como estúpidos. Él replicó diciendo que los mismos programadores de entretenimiento televisivo fabrican a sus clientes, exponiéndolos de forma intensiva desde niños a una programación completamente vacía, degenerativa y algunos otros poco recomendables adjetivos que ahora mismo no recuerdo.

La pregunta que sigue es casi obvia: ¿por qué? Sin embargo preferí la versión calumniosa y polémica: ¿de quién es la culpa? Acto seguido invadieron mi cabeza miles de nombres de esos que se aparecen recurrentemente en el muro de la infamia, como la muy simpsoniana y supuesta conspiración para embrutecernos, los mismos medios, el sistema educativo y los padres. Anticipo que el culpable está en la lista -al menos desde el punto de vista de la conclusión a la que llegué-; lo que nos lleva a descartar cada uno de los que no son.

Empecemos por la tal conspiración. Puede que sea verdad o puede que no lo sea, pero en el primer caso no tenemos pruebas reales de que ocurra –lastimosamente- y en el segundo caso no tiene sentido culparla si ni siquiera existe. En segundo lugar, culpar a los medios sería como culpar a las mujeres por ser hermosas. Su naturaleza es entretener, mas no educar; simplemente venden un producto y ese proceso implica que quien lo compra lo hace porque decidió hacerlo. Los medios no crean falsas expectativas sobre lo que programan, simplemente muestran las tetas de silicona de la presentadora o la frivolidad de los contenidos y ya tienen éxito asegurado. En otras palabras, cumplen con lo que prometen.

Hablemos ahora del sistema educativo, que al igual que sus clientes no puede hacer la tarea solo. Y ahí está el meollo de este asunto, en que por muchas y muy variadas razones los amorosos progenitores son los culpables. Hay dos argumentos que creo poderosos. El primero es que los niños no son mayores de edad –no en el sentido legal sino ético de la palabra-, y aunque esto suene a estupidez tiene un trasfondo importante: no son responsables de sus actos. En este sentido, no se les puede responsabilizar por triturarse los huesos imitando a los Jackass –burros, literalmente- ni por creer que todas las mujeres del mundo se derriten y se quitan la ropa ante una limosina de diamante y una seguidilla de anillos con el nombre abreviado. Y así como un padre o una madre no le compra una garrafa de aguardiente a su hijo o hija para que se la tome con el almuerzo –y si lo hace es responsable de la mala borrachera de su retoño-, si un padre permite que su hijo se vuelva un esclavo de Mtv se debe responsabilizar de su futura incapacidad mental.

El segundo argumento es un poco menos cruel con los culpables, pero finalmente llega al mismo punto. Ellos, inmersos en su vida corporativa y competitiva quieren lo mejor para su hijo, y lo mejor supuestamente es lo más caro. Ahora bien, ganarse el dinero para pagar eso no es fácil, lo que los lleva a trabajar veinte horas al día en un infinito acto de amor. Mientras tanto, el niño se expone a un mundo en el que la gente triunfa por bonita y no por inteligente, y como le enseñaron el padrenuestro cuando debieron enseñarle a manejar la libertad simplemente no sabe que hacer con ella al momento de usarla para ver lo que quiera. Resultado: un bruto bonito, todo un futuro idiota útil del mercadeo.

En síntesis, si leyó juicioso y apagó el televisor se dio cuenta de que la culpa, a mi criterio, la tienen los padres. Así que si usted no puede contener el impulso de volverse un ignorante al frente de la caja boba o de convertirse en una máquina de producir resultados que no tiene tiempo para nada más, no tenga hijos. Y si ya los tiene, apague la tele, haga el esfuerzo y verá que por la ventana también se mueven cosas, y a color…

PD: La naturaleza de las mujeres no es ser entendibles sino ser hermosas.

domingo, enero 15, 2006


¡A jugar! (Foto de traveljournals.net)

EL DEPORTE NACIONAL

Una montaña de arcilla esconde la mecha, y un número indeterminado de cervezas desafina el pulso de los jugadores. Así cobra vida el deporte nacional, entre canastas y botellas vacías, pesados tejos y el victorioso, ocasional e intempestivo sonido que se produce cuando se revienta la mecha. Allí, donde con cada tejo lanzado y con cada cerveza bebida se canta una línea, una estrofa del verdadero himno nacional; de aquel que celebra la gloria inmarcesible de una mecha y el júbilo inmortal de la victoria pasada por alcohol.

Y así como hay jugadores expertos que tienen el brazo calibrado y milimétricamente preciso para estas tejísticas cuestiones, existimos unos novatos fracasados de quienes muchos se cuidan y se alejan cada vez que lanzamos, ya que parecemos confundir la cabeza de alguien mas, el resto de la pista o inclusive la cancha vecina con la pequeña -y esquiva- mecha.

Evolucionado del turmequé indígena y jugado desde antes de la colonización española, apenas ha sufrido modificaciones accesorias en la forma en la que se juega; las más significativas indudablemente son el cambio de la chicha por la cerveza como acompañante y la introducción de la pólvora en las mechas. El principio siempre fue el mismo, lanzar una piedra a un objetivo lejano. Es de las pocas herencias indígenas que se conservan en su esencia después de cinco siglos de fusión cultural, y tal vez por eso a muchos tan criollos como el resto les de un poco de asco y prefieran el golf tomando güisqui, montándose en la tercera clase de un bus que no los quiere.

Viendo a algunos hábiles lanzadores y a otros certeros bebedores, me causó curiosidad que los juegos de los europeos civilizados (lanzamiento de bala, atletismo, fútbol, etc.) no sean tan viscerales y exijan tanta destreza y cabeza fría como otros más criollos como el que es objeto de estas humildes líneas. Si este “país de cafres” realmente está lleno de bestias, ¿dónde están las barras bravas de tejo o los carteles de drogas anabólicas y similares? Si un pueblo puede ser tan hábil y tener un deporte nacional tan difícil, debería dejar de querer ser otro pueblo.

jueves, enero 12, 2006


Que hermosa fantasía...

DE GRUTAS DEL CENTRO Y OTROS ESCONDEDEROS

De vez en cuando, las caminatas por las calles en medio de la tarde fría y con buena compañía terminan en uno de esos lugares a media luz y de aromas dulces donde expenden café. Esos lugares donde uno se sienta a charlar y a demorar un café, a veces a conocer y a veces a levantar, a veces a descansar y a veces a comerse a lengua a ese otro que accede a compartir ese momento de intimidad rodeados de muchos otros que también buscan momentos de intimidad.

Otras veces, las ganas de embrutecerse y de volverse casi un despojo humano nos llevan a esos sitios horribles, malolientes pero deliciosos donde uno paga el alcohol muy barato y la ebriedad muy cara, posiblemente con una maleta robada o con una cortada en la ceja. Esos sitios donde pululan ebrios tan degenerados como uno y donde el aire es una mezcla de tufo, vapor de lágrima, costra de sangre y humo de cigarrillo. Estos sitios cuyas puertas lo verán a uno salir en hombros si cuenta con buenos amigos, o de rodillas si eso no ocurre.

Cuando uno se aburre de tanta decadencia va a cualquiera de esos lugares donde todo brilla, donde sólo funciona la ley del bouncer y donde solo entra gente “bonita” y bien vestida. Esos sitios donde no entran ni negros ni pobres en donde, inspirados posiblemente por las más horripilantes fantasías políticas de Mussolini, la gente “bien” baila, besa y se marranea a la otra gente “bien” mientras desprecia, excluye y aprende a odiar a la gente no tan “bien” como ellos. Donde la borrachera es elegante y donde está bien meter perico simplemente porque es play, o por lo que sea.

En cualquier caso, y después de recorrer algunos de los sitios más disímiles de Bogotá, me di cuenta que absolutamente todos, sin importar lo olorosos, escondidos o bohemios que puedan llegar a ser, comparten la definición de “escondederos”: sitios donde uno va a esconderse. A esconderse de la realidad citadina y difícil para entrar en otra, a salir de una vida regida por la ‘ley del tengo’ -tengo que llegar temprano, tengo que empezar/hacer/terminar no se qué- para entrar a otra en la que gobierna es la ‘ley del quiero’ –quiero un café, quiero hablar contigo…- Lo triste es que al final todos tenemos que salir –vaya ironía-, ya sea por falta de plata o porque ya es tarde…

Con todo, ¿qué sería de Bogotá sin todas las opciones de escondederos que tiene? Tal vez un campo de suicidas…
PD: Gracias a por la inspiración y la compañia

miércoles, diciembre 28, 2005

LA VÍSPERA

Este es el único cuento que publicaré en este blog.

El año viejo, lleno de harapos y pólvora se consume en la mitad de la calle, y con él algunos creen que se quema todo eso que no se quiere tener cerca de partir del día siguiente, del año siguiente. Las mismas canciones que anuncian el nuevo año, que prometen que la vida va a cambiar y que el año viejo no se olvida vuelven a sonar al unísono por todos los parlantes de la cuadra, mientras algunos locos dan la vuelta a la manzana con una maleta llena de tamales y otros tiran voladores y brindan porque el año ya va a acabar.

Ella bailaba con otro. Ella, la niña flaca con ojos azabaches, negros como la camisa que aquella noche él estrenaba. Ella, que vivía dos casas a la derecha de la tienda de don Pepe, que quedaba al frente de la zapatería de su madre, en cuyo segundo piso Fernando vivía y soñaba. Doce años tenía. Doce muñecos de año viejo había él visto quemarse, doce muñecos como ese que ardía rodeado por los vítores de los señores de la cuadra, que un poco más ebrios y alegres que de costumbre creían, como todos los años, que con ese año viejo se quemaba la hipoteca, la cantaleta de la suegra o la falta de dinero.

Pero para él no era así, sabía que lo único que cambiaría sería la hoja del calendario, el último número de la fecha. Por primera vez en su vida sintió ganas de tomar vino, pero sabía la cara que su puritana, viuda y cristiana madre le haría si se lo pedía. Contemplando el año viejo, de pie y en silencio, escuchando sus pensamientos y oyendo el ruido de los borrachos, la música y la pólvora, buscó con la mirada la botella de vino de manzana que todos los años su madre regalaba para el brindis. Fue cuestión de segundos, la botella estaba vacía, y enseguida para el ahora ebrio Fernando se abrió una nueva puerta de la percepción, una en la que toda la represión acumulada en meses de suspiros e ilusiones se desvanecía con cada paso, una en la que con el pecho inflamado de valentía Ella lo iba a saber, su joven corazón se iba a desahogar.

Al fin y al cabo esa era la idea de que todas estas personas se reunieran, cerraran la calle y sacaran los equipos de sonido. Algunos querían conseguir un mejor trabajo en el año nuevo, otros simplemente conseguir uno, otros un nuevo hijo, un poco más de plata, o cualquier cosa buena. Pues bien, Fernando quería una novia, una nueva novia en el año nuevo. Los dos, tres añoviejos se terminaban de consumir y giraban al compás de sus pasos, la música retumbaba en sus enclenques rodillas y las voces se encendían y apagaban a voluntad. Las miles de manchas de luz se movían, casi danzaban alrededor de sus ojos negros, su pelo castaño y su piel color caoba. El aire se atropellaba en sus pulmones y la sangre atosigaba sus venas; sus manos sudaban y sus antes rítmicas rodillas ahora castañeaban. Su hermoso vestido color curuba brillaba con los últimos destellos del ya consumido muñeco, y en medio de la borrosa visión su hermosa boca gritaba, “¡ese niño está borracho!”.

La visión se difuminó entre el ruido de indignación de las personas, la iracunda cara de su madre y el dolor que sentía al ser jalado por las orejas camino a su cama. Para él, al igual que para todos esos borrachos de aguardiente, vino de manzana, tamales o alegría, el sol que en pocas horas saldría no tendría nada nuevo en su regazo.

viernes, diciembre 23, 2005

(DES)ILUSIÓN

Nota: Si usted todavía experimenta ese impulso irracional que algunos denominan “espíritu navideño”, le recomiendo abstenerse de leer las líneas que siguen. Creo que no es necesario (aunque lo voy a hacer) mencionar que no aceptaré reclamos por depresión navideña, desilusión por exposición a la verdad –o a lo que yo creo que lo es- sin protección previa ni por cualquier malestar emocional que esta lectura pueda producir.

Un niño con cara de niño ilusionado salta a la salida de cualquier almacén, mientras grita a todo pulmón un villancico con su chillona y desafinada voz. Es navidad, la época en la que a la víspera del Niño Dios –cargado de regalos comprados por bolsillos más terrenales- todos los infantes del mundo recuperan el brillo que de sus ojos quitan las engorrosas ocupaciones escolares –y en muchos casos laborales-, la época en la que las entidades públicas gastan millonadas en decoraciones navideñas sólo para que los transeúntes recuperen la ilusión de la que sólo quedan las cenizas esparcidas, en todas las partes de nuestra memoria, por los vientos del tiempo.

Esa ilusión que se marchitó en el momento en el que nos dimos cuenta de la hipocresía de ese viejo gordo que no se quita la bata roja y de su producto rival, la caracterización infantil de un dios que sólo oye las oraciones de quienes no necesitan ser escuchados porque todo lo tienen y todo lo pueden hacer. La hipocresía que empieza en el hecho de que ese señor, que cabe en todas las chimeneas del mundo aunque tenga el trasero mas grande que el ego de Maradona, cumpla al mismo tiempo la doble labor de regalar juguetes a los niños ricos del mundo y de vender esos mismos juguetes a sus ciegos padres. Que se profundiza cuando las múltiples caracterizaciones que los perversos publicistas hacen de él nos muestran un blanco gordo y anglosajón alimentado a base de comida de McDonalds –según su panza bien indica-, quien seguramente tiene acciones en todas las firmas productoras de chécheres inútiles del mundo, las mismas que emplean a sus tan queridos niños para que les hagan zapatos Nike, Adidas o Reebok a otros niños, en jornadas de 16 horas por algunos centavos de dólar al mes.

Si me dedicara a listar todas las formas de hipocresía que la asquerosa cara de ese viejo encarna no terminaría nunca, el ejercicio se lo dejo al lector. Pero sería injusto con muchos comerciantes que por los gruesos dividendos que arroja realmente disfrutan la navidad no hablar de la otra cara de la moneda, la que ve el niño ilusionado que cotorrea villancicos, ese niño que a la puerta de algún almacén hace muchos años también fui yo. Nueve días de ardua espera y de “ven no tardes tanto”, pasados a punta de natilla y buñuelos, a la víspera de un dia final, el día más feliz del año junto con el cumpleaños. ¿La razón? Los regalos.

Era bonito cuando el mundo empezaba en un papel de regalo rojo y verde y terminaba en un adminículo divertido, traído por un espíritu que en sus entrañas paridas por una virgen –como si aún existieran- tenía el mismo espíritu navideño. Era bonito cuando uno en su embriaguez de alegría no veía lo que estaba detrás de los regalos, cuando el mundo giraba y se movía gracias a la ilusión; esa misma que se marchitó para mí el día en el que me desvelaron la verdadera naturaleza de ese espíritu y que cada día se aleja más cuando salgo a la calle y veo la verdad detrás de esta enorme mentira que los comerciantes bautizaron navidad.