DE GRUTAS DEL CENTRO Y OTROS ESCONDEDEROS
De vez en cuando, las caminatas por las calles en medio de la tarde fría y con buena compañía terminan en uno de esos lugares a media luz y de aromas dulces donde expenden café. Esos lugares donde uno se sienta a charlar y a demorar un café, a veces a conocer y a veces a levantar, a veces a descansar y a veces a comerse a lengua a ese otro que accede a compartir ese momento de intimidad rodeados de muchos otros que también buscan momentos de intimidad.
Otras veces, las ganas de embrutecerse y de volverse casi un despojo humano nos llevan a esos sitios horribles, malolientes pero deliciosos donde uno paga el alcohol muy barato y la ebriedad muy cara, posiblemente con una maleta robada o con una cortada en la ceja. Esos sitios donde pululan ebrios tan degenerados como uno y donde el aire es una mezcla de tufo, vapor de lágrima, costra de sangre y humo de cigarrillo. Estos sitios cuyas puertas lo verán a uno salir en hombros si cuenta con buenos amigos, o de rodillas si eso no ocurre.
Cuando uno se aburre de tanta decadencia va a cualquiera de esos lugares donde todo brilla, donde sólo funciona la ley del bouncer y donde solo entra gente “bonita” y bien vestida. Esos sitios donde no entran ni negros ni pobres en donde, inspirados posiblemente por las más horripilantes fantasías políticas de Mussolini, la gente “bien” baila, besa y se marranea a la otra gente “bien” mientras desprecia, excluye y aprende a odiar a la gente no tan “bien” como ellos. Donde la borrachera es elegante y donde está bien meter perico simplemente porque es play, o por lo que sea.
En cualquier caso, y después de recorrer algunos de los sitios más disímiles de Bogotá, me di cuenta que absolutamente todos, sin importar lo olorosos, escondidos o bohemios que puedan llegar a ser, comparten la definición de “escondederos”: sitios donde uno va a esconderse. A esconderse de la realidad citadina y difícil para entrar en otra, a salir de una vida regida por la ‘ley del tengo’ -tengo que llegar temprano, tengo que empezar/hacer/terminar no se qué- para entrar a otra en la que gobierna es la ‘ley del quiero’ –quiero un café, quiero hablar contigo…- Lo triste es que al final todos tenemos que salir –vaya ironía-, ya sea por falta de plata o porque ya es tarde…
Con todo, ¿qué sería de Bogotá sin todas las opciones de escondederos que tiene? Tal vez un campo de suicidas…
Otras veces, las ganas de embrutecerse y de volverse casi un despojo humano nos llevan a esos sitios horribles, malolientes pero deliciosos donde uno paga el alcohol muy barato y la ebriedad muy cara, posiblemente con una maleta robada o con una cortada en la ceja. Esos sitios donde pululan ebrios tan degenerados como uno y donde el aire es una mezcla de tufo, vapor de lágrima, costra de sangre y humo de cigarrillo. Estos sitios cuyas puertas lo verán a uno salir en hombros si cuenta con buenos amigos, o de rodillas si eso no ocurre.
Cuando uno se aburre de tanta decadencia va a cualquiera de esos lugares donde todo brilla, donde sólo funciona la ley del bouncer y donde solo entra gente “bonita” y bien vestida. Esos sitios donde no entran ni negros ni pobres en donde, inspirados posiblemente por las más horripilantes fantasías políticas de Mussolini, la gente “bien” baila, besa y se marranea a la otra gente “bien” mientras desprecia, excluye y aprende a odiar a la gente no tan “bien” como ellos. Donde la borrachera es elegante y donde está bien meter perico simplemente porque es play, o por lo que sea.
En cualquier caso, y después de recorrer algunos de los sitios más disímiles de Bogotá, me di cuenta que absolutamente todos, sin importar lo olorosos, escondidos o bohemios que puedan llegar a ser, comparten la definición de “escondederos”: sitios donde uno va a esconderse. A esconderse de la realidad citadina y difícil para entrar en otra, a salir de una vida regida por la ‘ley del tengo’ -tengo que llegar temprano, tengo que empezar/hacer/terminar no se qué- para entrar a otra en la que gobierna es la ‘ley del quiero’ –quiero un café, quiero hablar contigo…- Lo triste es que al final todos tenemos que salir –vaya ironía-, ya sea por falta de plata o porque ya es tarde…
Con todo, ¿qué sería de Bogotá sin todas las opciones de escondederos que tiene? Tal vez un campo de suicidas…
PD: Gracias a tí por la inspiración y la compañia
posted by José Luis Peñarredonda @ 9:11 a. m.
5 Comments:
Sí, son bastantes útiles desde el punto de vista en que se miren. En este momento necesito acudir a uno, muy muy escondido, y salir en una semana, si es posible.. sola, dónde no me conozca ni mi sombra.
Excelente, nunca lo había pensado así, todos nos escondemos, los ricos de los pobres, los blancos de los negros, los periqueros de los bazuqueros. Oh Patria linda!
PILI: A decir verdad, y por más que no podamos o no queramos, la visita ocasional a uno de estos sitios es necesaria para la adecuada salud mental. Y respecto al chuzo escondido, conozco uno que queda en medio de una pensión y al que se llega sólo entrando a ésta :P. No mas dime y yo te digo cómo llegar.
CONTRA EL RACISMO: Yo pienso que uno es como una bomba (del tipo de piñata) a la que le echan aire a cada rato. Si uno no abre la válvula de escape de vez en cuando simplemente estalla...
FOUCAULT: Por eso es que es liberador salir a la calle y ver a la gente que decidió no esconderse; claro que en cierto sentido eso también es ocultarse... En fin, ni modo de evitarlo
Gracias!!!! Estuve esperando por espacio de varios días estas palabras... Escondederos..yo tampoco lo había visto de esa manera tan particular... Escondederos del tener qué.. Si señor.
Espero sigamos compartiendo esos espacios para desaparecer. Justo coo hace un par de días junto con otros prófugos de la realidad. Un abrazote gigante!!!
P.D-- Fotos!!! Yo quiero fotos :p
JULIETTE: Yo espero lo mismo :D. Las fotos cuando pueda compar el cable :(
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