domingo, julio 03, 2005

CRÓNICA DE UNA NOCHE DE RUMBA EN BOGOTÁ (PARTE I-ZONA ROSA)

Era una noche de viernes cualquiera, algo fría. El paisaje urbano era común, muchos jóvenes pensando meterse a un ‘chuzo’ a pasar la noche, o a emborracharse como unas cubas y terminar tambaleando en una esquina. Algunos muy bien vestidos, camisas limpias casi nuevas, chaquetas finas y peinados relucientes, otros no tanto. Todos en busca de un rato de diversión. La Zona Rosa, comprendida entre las calles 82 y 85 y las carreras 12 a 15, vivía otro más de sus viernes de esplendor.

Grupos de jóvenes en las esquinas esperando empezar la rumba, taxis vacíos y llenos, automóviles llenos de niños y niñas bien vestidos oyendo ‘reggaeton’, y muchos policías. Muchas botellas, algunos ‘porros’ y una que otra aglomeración para entrar. Vendedores ambulantes que no sólo venden cigarrillos y dulces, esperando hacerse el diario para pagarle al proveedor. Uno que otro indigente, especialmente sobre la 15. Una que otra amante por contrato, con su inigualable pero cara belleza, montada en un excelente carro. Y algunas aglomeraciones para entrar a los bares y discotecas de la zona, dentro de los cuales la vida toma otro color, el de las luces.

Ya dentro de los lugares, lo de siempre. Parejas, grupos, uno que otro ‘marrano’, mucho trago, mucho cigarrillo, etcétera. Afuera, la calle cada vez más sola, algunos tropeles y algunos jóvenes detenidos. Los taxis haciendo fila para hacer carreras al doble del precio, y los policías viendo a ver como llenan la UPJ a punta de cargos por posesión de marihuana que no superan la dosis personal, y de borrachos menores de edad. Los vendedores esperando sus clientes habituales u otros nuevos, pero la noche no va a ser buena, hay demasiado ‘tombo’ merodeando.

A las tres, para afuera. La antipática ley zanahoria obliga a los dueños de los lugares a no expender alcohol después de esa hora, y como ya no es negocio tener gente que no consuma entonces los sacan de los lugares justo en medio de lo mejor de la rumba. Los grupos que hace apenas algunas horas hacían fila para entrar ahora, mucho más ebrios, buscan la manera de terminar de embrutecerse. Otros ya deciden irse para su casa y tomar un taxi, mientras lo único que queda de la noche de viernes son las botellas vacías, los heridos, los detenidos y los habitantes de la calle, mientras por la mañana la zona se preparará para repetir esta historia la noche siguiente.