lunes, noviembre 28, 2005


Tan sólo el último eslabón

EL PRECIO DE VIAJAR

Suponga usted que desea salir del país y hace diez años que no lo hace. Suponga, además, que el país al que va le pide que tramite –y pague- una visa por el simple hecho de formar parte de la lacra del mundo, Colombia. Suponga, finalmente, que tiene que viajar antes que termine la semana y debe hacerlo con toda su familia: cónyuge, un hijo mayor de edad y un hijo menor de edad.

Hay dos trámites básicos: el pasaporte y la visa. Para el pasaporte sólo se requiere la cédula, dos fotos 4x5 y sesenta mil pesos. Sume diez mil pesos más para las fotos, que salen en cuartetos. Debe hacer una hora de fila en la oficina de pasaportes, esperar diez minutos para tomarse las fotos y para que se las impriman y firmar dos documentos. Si suma cuarenta y cinco minutos llegando y saliendo, en total tenemos dos horas y cinco minutos invertidos en el pasaporte, a un costo de setenta mil pesos.

La visa es otra cuestión. Cada país tiene sus propios requerimientos que van desde un simple trámite personal hasta examen médico con certificado firmado por traductor oficial (US$300). Casi todas las embajadas piden certificado judicial con apostilla –validación de la firma de un funcionario público- y entrevista personal. El primer papel es una libreta de tres pesos diligenciada a mano, con dos firmas y una foto. Para “sacarlo” hay que hacer una fila de dos horas y pagar treinta mil pesos más. Se creería que las dos fotos que sobraron del pasaporte son ideales, pero ocurre que a los genios burócratas de este país se les ocurrió que las fotografías del certificado judicial son de 3x4, lo que se traduce en diez mil pesos y diez minutos más. La apostilla, por su parte, es un sello que vale veinte mil pesos y se demora media hora. Cabe decir que el certificado judicial se saca en el DAS -lejos de casi cualquier otra parte en Bogotá-, la apostilla en la Cancillería y la visa en la embajada respectiva. En términos de tiempo, yendo y viniendo de un lugar a otro se gastan unas tres horas.

La entrevista para lograr la visa, así mismo, se demora unos veinte minutos y cuesta entre 80 y 200 dólares según el caso. Y eso que no calculamos los gastos de un eventual examen médico y en general los otros consumos en que se incurren, como buses o taxis, gasolina, parqueadero, almuerzo por fuera, cigarrillos para los nervios o una peinilla para salir decentemente en las fotos que solo verá un funcionario de inmigración de un país lejano, que probablemente le esculcará hasta ese pedazo de piel donde nunca en su vida le ha pegado el sol porque usted, sólo por ser colombiano, es tres cuartos de mula.

Pero olvidémonos de lo parias que nos creen y hagamos cuentas. Entre los gastos del pasaporte ($60.000), las fotos ($20.000), el certificado judicial ($30.000), la apostilla ($20.000) y la visa ($250.000 si ésta cuesta US$100 pagando dólares a precio de casa de cambio), tenemos que sus trámites valen $380.000. Si viaja con su familia, el solo papeleo le sale por la medio bobadita de ¡$1’520.000! Para acabar, el certificado judicial sólo tiene un año de validez, y todavía tiene fotos para dejar de recuerdo en su viaje. En tiempo se le fueron unas siete u ocho horas, que si bien no son muchas más de las que deberían ser sí podrían ser unas cuantas menos.

Después de hacer todas estas vueltas, quedé convencido: “Vive Colombia, viaja por ella…” Creo que es mejor quedarse que irse a que lo esculquen y lo traten mal. Sin embargo, por ahí dicen que hay que tener mundo, y que la cultura está por fuera... ¿Será que sí?

jueves, noviembre 03, 2005


Y "te está cuidando de ti mismo"...

LAS CALLES TIENEN OJOS

“EL GRAN HERMANO TE VIGILA”
George Orwell, 1984.

Esta fatídica sentencia cada vez es menos irreal. De hecho, en el reality show homónimo es realmente cierta, y para que pase del reality a la realidad no televisiva aparentemente no falta nada. Somos grabados cuando estamos en cualquier parte –colegios y universidades, hospitales, iglesias, nuestros hogares o la misma calle-, nuestras conversaciones telefónicas son potencialmente audibles por alguien más, se nos piden datos de contacto y no sabemos qué pasa con ellos, somos espiados para que alguien sepa qué sitios en Internet visitamos, etc. Y eso sólo es lo que nos consta, esas sólo son las intrusiones que vemos y de las que sabemos; si hiciéramos caso a la mitología urbana estaríamos seguros de que a alguien le interesa todo lo que hacemos y de que, en efecto, el Gran Hermano nos vigila.

¿Por qué lo hacen? ¿A qué le tienen miedo? ¿A qué le tenemos miedo? Parece que últimamente todo lo justifican por “seguridad”: no salga de noche porque lo roban, no coja taxi porque le hacen el paseo millonario –quien sabe con qué millones-, no haga nada porque, como en el cuento de Chéjov, “podría ocurrir que...” La guerra en Irak se hizo porque “es posible que existan armas de destrucción masiva”, la “amenaza terrorista” de Uribe porque “la guerrilla puede acabar con toda la ‘gente de bien’”, nos filman en la calle porque “alguien puede ser robado”. Yo estoy seguro de que todo eso que es "posiblemente" es cierto, "posiblemente" es falso.

Le tienen miedo a que pensemos, se meten en nuestro subconsciente en forma de Ronald McDonalds, de “toma lo bueno con Coca Cola” y de “La Mega te pega al cielo”. Nos ponen a tararear las mismas canciones malas de siempre y los mismos rezos vacíos de toda la vida –¿o alguien sabe dónde está mi pan de cada día?-, mientras nos enloquecen a punta de obligaciones casi insufribles y de retribuciones casi despreciables. Es triste, pero nos anulan como individuos, nos hacen masa: desde la mañana nos transportan en masa en TM, durante el día nos explotan –o nos preparan para ello- en masa, y por la noche nos entretienen con telenovelas producidas en masa y para la masa. Lo más grave es que no sabemos a ciencia cierta de qué empanada hacemos parte.

Y con todo, tienen el descaro de auscultarnos, de filmarnos. No les basta con tenernos robotizados, ahora nos esculcan el rostro y la mochila para saber si “somos sospechosos”. Yo creo que deberían estar tranquilos, pues parece que soy el único al que le molesta ser filmado: eso demuestra que nos –¿les?- tienen el ego bien dominado. Algunos dirán que el que nada debe nada teme, pero yo responderé que tiro la primera piedra porque tengo la conciencia tranquila, y que como dice la vieja y gastada frase, sólo le tengo miedo al miedo. Y en toda mi vida sólo me he partido un brazo e inclusive me alcanza para tener un blog, cogiendo taxi por la noche y saliendo solo por ahí.