jueves, septiembre 29, 2005


Todo tiene un precio...

SENTIMIENTOS ENCONTRADOS

Vivir en Bogotá es una tortura. Que los buses, que los trancones, que los afanes, que el aire irrespirable y el ruido inaudible, que la gente es desconfiada y se encierra, que en cualquier esquina uno es susceptible de ser robado, que las demoras, que la gente es amargada, que esto y que lo otro… Tantas razones para esconderse entre las cobijas y no salir a la diaria labor a exponerse a toda una gama de flagelos y sufrimientos citadinos que hacen que uno añore la playa de Taganga, las piedras de Suesca o los vientos de Villa de Leiva y mientras sueña se estrelle con un trancón de quince cuadras que va a hacer que el jefe lo mire con malos ojos porque llegó tarde por tercera vez en quince días.

Vivimos en la ciudad en eterna construcción-deconstrucción. Nunca hay suficientes obras –por ende nunca hay suficiente polvo ni suficientes trancones-, y las que hacen tienen que ponerse en eterno mantenimiento porque siempre algo queda mal. También habitamos la ciudad de la eterna miseria, en cada esquina hay alguien que nos recuerda lo afortunados que somos por no tener que pedir limosna, y a la vez lo poco afortunados que somos por tener que aguantarnos tan deprimente y –en la mayoría de los casos- falso espectáculo, donde un pan equivale sin escrúpulos a una “bicha” de bazuco.

¿Pero por qué nos quedamos a aguantar frío y sufrimientos? Bogotá tiene algo que ata a sus callecitas a quien las anda. Un amigo de fuera sostiene con vehemencia que “aquí hay realismo mágico”, y yo le creo. No sólo porque aquí uno tiene más oportunidades que en el resto del país, ni porque por aquí se cuecen las habas y va el agua al molino; la vida en Bogotá se aprende a disfrutar. Cosas tan sencillas como andar por ahí, subir a Monserrate, hacer turismo en buseta, tomarse una cerveza en un bar cualquiera o comprar y regalar pulseras hechas a la medida son esas pequeñas gratificaciones que uno se lleva por andar afanado o por no poder respirar.

No se si me esté repitiendo, no se si francamente esté diciendo lo mismo de siempre usando otro pretexto. Tal vez si, pero todos los días camino y, como niño en heladería de mil sabores, me pasa algo parecido siempre: encuentro algo nuevo, algo bonito que merece ser mirado, así esta mañana TM hubiera estado imposible o me hubiera intoxicado comiendo empanadas de esquina en el centro.

lunes, septiembre 26, 2005


De lo popular al "arte popular"...

EL RESURGIMIENTO DE LO POPULAR

Todo empezó como un fenómeno televisivo: ‘Pedrinchi Coral’, el típico miembro de ese grupo social que algunos llaman chusma, otros pueblo y otros clase media, hacía su aparición en las pantallas chicas y desde ahí en la memoria colectiva de los colombianos. Eso fue el ‘boom’, la explosión que demostró a algunos empresarios que lo popular se puso de moda, y que era un buen negocio. Luego sobrevino la aparición en la jerga de todas las clases sociales de expresiones ya arraigadas en el pueblo, como “no me le pegue al perro” o “mi mompirri”, y el recordado resurgir de la canción “El Pirulino” en las listas de éxitos y de la mal llamada “greña escamosa” en los salones de belleza y peluquerías.

Eso fue sólo el principio de una tendencia que ha llegado, inclusive, hasta las paredes y camisetas de muchos bogotanos, generando inclusive un colectivo y una exposición artística hecha por Popular de Lujo. Fue desde ahí que el indio de Pielroja empezó a aparecer en las camisetas de los niños bien y en toda clase de adminículos, que canciones como “Lloro Por Tenerte” –no se si ese sea el título verdadero- regresó a las listas de música tropical, e inclusive que la cuentería, recopilación de lo popular por excelencia, tuviera un nuevo auge. Se empezó a ver el sonsonete del vendedor de bus “Buenos días damas y caballeros, el día de hoy…” de una forma diferente, y la gente empezó a mirar nuevamente hacia lo callejero, lo coloquial y lo popular, tal vez como una forma de identificación, tal vez como un nuevo rebuzno de la moda.

Sobre algunas calles hay screenings, pinturas sobre plantillas que elogian algunas expresiones populares como “sáquele foto”, o “píntela papá”. Algunos aventureros han intentado vender camisetas –entre ellos nuestro amigo Miguel- con expresiones e imágenes cotidianas, y en general se ha intentado hacer negocio con todo esto. La pregunta es: ¿lo popular es un negocio? Si a todo el mundo le cobraran por repetir las expresiones de Beto Reyes –como se estila actualmente- a lo mejor el personaje no sería tan popular. Pero tampoco lo sería si alguien no hubiera dicho “péguele” antes –de hecho muchas personas lo decíamos.

De acuerdo con que lo popular resurja, seamos un poco optimistas y pensemos que la gente va a ser un poco menos ciega si se da cuenta que lo que su abuela decía todos los días ahora está impreso en una pared o una camiseta. De acuerdo con que se vendan -¿y se compren?- camisetas, pero mucho ojo, “no vaya y sea que me lo roben, mijito” y hasta el patrimonio cultural sea propiedad privada.

PD: Pido mil disculpas por no haber ‘posteado’ los dos últimos jueves. La razón: semana de parciales y entrega de ensayo. Igualmente, quisiera abrir el primer espacio publicitario que este blogger tiene a bien regalar a un nuevo portal llamado Plaza Capital. Será lanzado el miércoles, es de la Universidad, y la verdad es una propuesta bien interesante, no sólo porque yo haya escrito algo por ahí :).

lunes, septiembre 19, 2005


Y fiesta, y rumba...

DE LA COMUNIÓN EN LA RUMBA

El baile es un juego de seducción. Las caderas se insinúan y se mueven cadenciosamente, los cuerpos se hacen uno al compás de la música que suene, y al fondo todo se libera en un sopor delicioso y adictivo, una mezcla de hormonas, sudor y deseos que al final, si la pareja quiere, explotará. Los costeños dicen que los bogotanos bailan mal, pero eso no parece importar: ya sea que lo que suene sea efusiva y elaborada salsa, vulgar y ruidoso reguetón, melcochudo y repetitivo merengue o caribeño y sentimental vallenato, aquí en Bogotá la gente baila, se emborracha y rumbea.

Que los rolos son aburridos es una enorme mentira. De acuerdo con que son egocéntricos, paranoicos, algo abusivos y un poco intolerantes, -no todos, obviamente-, pero rumbean tanto como la falta o exceso de dinero y la ley zanahoria y sus excepciones se los permiten. Es extraño ver que en una ciudad de un clima relativamente frío la gente tome –tomemos- tanta cerveza, y que en una ciudad donde parece que la gente vive para trabajar un bar rock conocido por su buena música y sus altos precios esté lleno un miércoles de oficinistas con la corbata suelta, tal vez desahogando su decepción de formar parte del sistema, o tal vez mostrando que no es que vivan para trabajar, sino que trabajan para beber.

Desde niños nos enseñan a bailar, quizá como parte del rito diferenciador entre “niño” y “niña”, quizá como ejercicio de creación de nuestra identidad como latinos. El buen bailarín o bailarina tiene fama de buen ‘polvo’, de ganador, seduce al sexo opuesto –o al mismo, dado el caso- y parece darle un abrebocas de lo que se viene si la otra parte ‘da la talla’ y hace lo que debe hacer –aunque se me ha demostrado que no todas las buenas bailarinas son buenas en lo otro, y viceversa-. Identificamos como música colombiana la música típicamente costeña, de ritmo constante y melodía pegajosa, apta para seducir y para bailar, y los éxitos que la cultura y la musicología popular tienen en los más altos pedestales tienen en común, salvo unas poquísimas excepciones, su ‘tropicalismo’, sabrosura y utilidad para efectos rumberos.

Los bogotanos que se creen mejores que el resto de sus compatriotas deberían darse cuenta que comparten con ellos este instinto rumbero y sabrosón; así no escuchen la misma música ni la misma ‘corronchada’[1] –a su juicio- comparten esa disposición a bailar y a gozar, y si no bailan al menos a embriagarse al son de cualquier cosa que suene por unos parlantes y que parezca música. Si no fuera así, Bogotá no sería la ciudad más vallenatera de Colombia.
___
[1] Para quienes no lo sepan, el término ‘corroncho’ es peyorativo.

lunes, septiembre 12, 2005


Se le tiene...

LA CUEVA DE MORGAN

A quien no le hayan ofrecido libros, discos compactos o películas piratas francamente no vive en Bogotá. No en vano hasta hace muy poco algunas calles parecían enormes librerías y tiendas de música donde se conseguían desde los ‘hits del momento’ hasta bootlegs –grabaciones no autorizadas- de artistas como Bob Dylan o John Lennon, pasando por los ‘best sellers’ y las películas que aún no estaban en cartelera. El sonsonete era desesperante, hay que decirlo, pero todos sucumbimos ante la tentación de comprar un disco que nos dio pereza descargar de Internet o una película de mala calidad para tener una excusa…

Pero, una vez más, la situación se camufló. En una esquina de Bogotá que no voy mencionar –cuidándome de que algún representante de la ley que se quiera ganar una semana libre o un soborno lea esto- es posible conseguir todo esto en una seguidilla de locales. La piratería ahora paga locales, pero es lo mismo: la mejor –y para muchos la única- alternativa de comprar música. No nos vengamos con mentiras, pagar cuarenta mil pesos por un disco original casi siempre es un acto vanidoso y un robo, sobre todo porque de esos 15 o 18 dólares los artistas sólo ganan unos centavos. Y cuando uno no tiene banda ancha en su casa y por ende no puede descargar música rápidamente, pasar por estos lugares a comprar la música para la farra o para el ‘discman’ es una muy buena opción.

Respecto a los libros la situación no es muy diferente. Francamente la mayoría de la gente no lee, en parte porque a nadie le importa en parte porque los libros son demasiado caros. Alguien decía que en América Latina la censura editorial consistía en el precio de los libros: sólo los podían leer quienes los podían pagar. Además, ¿quién se va a poner a leer cuando puede ver a Beto Reyes exhibiendo toda la ‘colombianidad’ que nos hace tan “buenos” y tan “únicos”? Muchos los compran en las esquinas por una sencilla razón: un libro es lo que dice, no donde uno lo compra. Y si salen malos, sólo se pierden cinco mil pesitos.

La piratería y su mercadeo es parte del caminar por estas calles. Las ochenta ofertas diferentes de música en una cuadra, el voceo constante y altisonante del “Código Civil, el Código Da Vinci, la Nueva Ley de Justicia y Paz y la Urbanidad de Carreño” -sorprendentemente es todo un ‘best seller’- y en general la cultura de lo ‘chiviado’ son parte de la mentalidad de un colombiano que hace mejores dólares que el Departamento gringo del Tesoro, y que hace mejores carteras Louis Vuitton que las originales; de un colombiano que a falta de poder visitar la cueva de Morgan en San Andrés la puso en Bogotá. Y por pocos pesitos, papá…

martes, septiembre 06, 2005

GRACIAS

Yo empecé a escribir este blog para no quemarme en vacaciones, pues hacer los primeros ensayos siempre es demasiado duro. Empecé a publicar "lunes, miércoles y viernes", y a las dos semanas todo era un buen post en potencia.
Luego descubrí la ley del "coméntame que yo te comentaré" y cuando no me dí cuenta estaba metido en un debate sobre los punks y leía quince blogs todos los dias durante tres horas. Después fue conocer a algunos por MSN, y darme cuenta que este oficio es para locos y que no soy el único obseso con ser escuchado ni fastidiado por la locura de ser leído.
Volvió la 'U' y con ella las obligaciones, lo que me dejaba sin cabeza para postear tres dias a la semana y decidí sólo hacerlo por dos, cosa que aún me duele. Lastimosamente, el blog no cumplió su cometido y mi primer ensayo de este semestre tuvo un parto largo, difícil y doloroso, pero así no haya logrado mi primer objetivo con este blog me quedé con algo muchísimo mejor y más importante, con gente que hoy es importante para mí y con muchas experiencias invaluables. Que cómo hago para escribir con tanto juicio, que de dónde saco tantas cosas son preguntas cuya respuesta ya saben quienes me conocen, y que me limito a contestar -de una forma todo menos satisfactoria- con la excusa de que este se convirtió en otro de mis vicios, pero en el único que no me hace daño.
Hoy ya fueron 53 posts y 2000 visitas en dos meses, lo me confirma que así sólo comenten tres personas y así sienta que me estoy repitiendo con cada post lo que escribo tiene un eco, que finalmente estoy siendo escuchado por alguien más que por mi almohada, y lo más importante, que hay gente dispuesta a ver a Bogotá de otra manera y a empezar a pensar un poco más sobre ella.
Gracias y NO AL SILENCIO!!
JOSE

lunes, septiembre 05, 2005


¡Deme su zanahoria o lo derrito!

DE INTOLERANTES

La sangre y la muerte son parte de la cotidianidad del transeúnte bogotano. Atracos, atropellos, robos y peleas son parte inseparable de la vida callejera, y por lo general las vemos, las asumimos con indiferencia y pasamos de largo cuando tenemos afán, o cuando podemos nos quedamos haciendo el círculo y disfrutando de la sangre al mejor estilo de un reportero de El Espacio. Pero de solidaridad nada.

La vida en Bogotá es difícil con todos los trancones y los afanes, y uno podría decir que la agresividad de la gente es una forma de desahogo: no en vano los conductores pitan más cuando no pueden sacar nada de hacerlo, en los trancones. Además, por qué no decirlo, a todos nos toca pelear con alguien alguna vez en la vida, ya sea por que nos dieron mal las vueltas o por los abusos de algún pelmazo. Pero hay cosas que van más allá de lo aceptable, y que pasan de un simple conflicto por una botella de trago a una tragedia en la que una familia pierde a un hijo o en la que un adolescente pierde sus piernas.

Hace un par de semanas me tocó ser testigo de una escena bastante chocante, sangrienta e impresionante. No voy a revelar los detalles, pero esta clase de cosas son fruto de la violencia que nos acecha a cada momento y se vuelve parte de nuestra vida. Muchos de nosotros hemos sido víctimas de la intolerancia y/o el abuso de otras personas, sin darnos cuenta que esa intolerancia es en parte alimentada con nuestras propias actitudes.

La “Bogotá sin indiferencia” francamente es una vaga ilusión, todos sabemos que nos importa poco la vida del otro y que a ese otro no es que le interese en algo la nuestra: nos ocupamos de nuestros afanes y caminamos sin ver, sin que algo nos importe más que llegar a tiempo o que nadie nos moleste. Y esa indiferencia no es sólo de los de a pie: con medidas que tienden a aumentar la pobreza –así digan que “está disminuyendo”- y como consecuencia la inseguridad no creo que se esté haciendo algo inclusivo, o al menos algo que no sea indiferente a la situación de muchos.

El problema no es de los políticos, puesto que al fin y al cabo con ellos nunca se ha podido contar. El problema es de nosotros, que somos parte de la intolerancia de que somos víctimas porque nos hace derramar sangre y lágrimas.

jueves, septiembre 01, 2005


¿Vale la pena?

VIACRUCIS EN TRANSMILENIO

Hoy batí mi propio record: una hora y media en Transmilenio desde la estación de Prado hasta Museo del Oro. Aparte de que los buses estaban más llenos que de costumbre –lo cual de por sí es demasiado-, de que me tocó esperar en todos los semáforos de la Caracas desde los Héroes, de que las filas estaban imposibles y de que no se podía ni respirar en esos mamotretos, perdí la madrugada y el tiempo en un medio transporte del que se supone que es rápido.

Sé que la de hoy fue una situación excepcional, pero lo fue para muchísimas personas, algunas de las cuales confiaron en Transmilenio para no perder sus citas o, como en mi caso, sus clases. Los bogotanos nos hemos aguantado años de trancones y obras para tener un transporte rápido, y resultó que la antigua y conocida buseta es más rápida para muchas personas que se mueven en zonas de influencia de Transmilenio.

Además tengamos en cuenta que el transporte público en Bogotá es caótico. Andar más de media hora por las calles de esta ciudad es un ejercicio de paciencia, así se esté montado en lo que sea. Específicamente Transmilenio, además, es muy desgastante: la vibración, el calor, la aglomeración, los malos olores, los frenazos ocasionales, los puentes peatonales, el simple hecho de estar dos horas de pie todos los días, entre muchos otros detalles hacen bastante traumático el viajecito: si ustedes preguntan, la mayoría de personas que se mueven por ese medio llegan cansadas a sus destinos. Claro está, todo esto obviando la inseguridad de que todo viajero frecuente ha sido victima y las continuas requisas policiales que sólo sirven para revolverle a uno el genio y la maleta.

Hoy llegué a cuestionarme si realmente todo el sacrificio que hacemos todos los bogotanos por TM vale la pena. ¿Valen la pena los trancones para viajar más “rápido” en un futuro? ¿Vale la pena aguantarse todo esto por levantarse quince minutos después? No sirve de nada que toda la infraestructura que se ha montado esté ahí si no es utilizada de forma eficiente y no solamente de forma rentable, de nada sirve tanto dinero invertido si la movilidad de las personas –no de los carros- va a ser tan o más mala que antes. Porque pérdidas de tiempo como la de hoy son lo que buscamos dejar de lado cuando hacemos estos sacrificios: en busca de mejorar nuestra calidad de vida estamos perdiendo algo de ella.