lunes, octubre 31, 2005


Y fui mimo...

NOCHE DE BRUJAS

¿Por qué nos gusta disfrazarnos? ¿Cuál es el embrujo de la noche de brujas? ¿Por qué es tan especial? Cuenta la historia que hace mucho tiempo, la noche del 31 de octubre los celtas celebraban el fin de la cosecha y el comienzo del invierno con un ritual a Samhain, caballero de la muerte. Después de un largo recorrido llegó a nosotros a través de las series gringas de los ochentas, y ahora se ha convertido en toda una fiesta para muchos niños, y para otros no tan niños.

Una noche al año tenemos permiso de elegir quién queremos ser, de meternos en el alma de otro y hacerlo existir por unos momentos. Ese dia le abrimos la puerta a ese payaso que la corbata esconde, a ese pirata que nunca le ha robado un peso a nadie o al chulo que el resto de los días solo mira sin tocar. Ese día todo pasa de una forma irreal, la gente no es quien es sino “la coneja”, “la fufa” o “el traqueto”; es una enorme reunión de espíritus reprimidos, de alter egos.

Es increíble la forma en la que se festeja esa noche. A las cuatro de la mañana las calles parecían como si fueran las tres de la tarde de un día cualquiera, no se conseguía un taxi mientras que la romería de personajes salidos de la fantasía de la gente se aglomeraba en cuanto lugar se pudiera hacer fiesta. Era un elogio de la locura, un elogio a la esquizofrenia colectiva que la rutina ahoga.

Las brujas hechizan, o mejor, la noche de brujas hechiza. De niños nos gustaba disfrazarnos para parecernos a quien no podíamos ser, de no tan niños pasa exactamente lo mismo. Esa noche tan americana, tan circense e irreal, hace que seamos todo lo que no somos, y que festejemos por ser libres de ser quien nos da la gana. Si no fuera así, este servidor no se hubiera disfrazado de mimo.


jueves, octubre 27, 2005


Una cada vez mas inmensa minoría

UNA MENOS

La calidad de la radio bogotana tiende a desaparecer, se prostituye por billetes mediterráneos. Primero fue la tan querida ‘Superestación’, absorbida por una emisora de plancha. Ahora nos cambiaron la buena música por reguetón. La HJCK, “la emisora de la inmensa minoría” fue desaparecida a manos de Los 40 Principales, a mi concepto una de las dos peores emisoras de Bogotá –adivinen cuál es la otra.

Shakira por Wagner, Don Omar por Miles Davis, Rebelde por Mozart. Esa fue la enorme estafa que le hicieron a muchos oídos que en esa frecuencia respiraban entre tanta basura, entre ellos los míos. Nos jodieron la radio, sólo quedan las emisoras universitarias, que si bien son una opción decente no se comparan a la experiencia casi mística de oír la única emisora del país que se puede preciar de haber tenido al mismísimo Jorge Luis Borges entre sus colaboradores, a la ventana más sobresaliente de que lo bueno todavía no se vendía, a una emisora que todavía creía –o parecía creer- en algo más allá de Don Dinero.

Por lo pronto me tocará hacerme a un iPod o al menos comprar pilas recargables para mi abandonado reproductor de CD, porque radio no volveré a escuchar. Es una vergüenza que el primer medio de comunicación masiva –y en algunos lugares el único- que tuvo este país ahora sea propiedad de dos cuasimonopolios gigantescos que, la verdad, no tienen gran diferencia uno de otro. Es una lástima que la minoría sea –o deba ser- cada vez más inmensa.

En este momento suena blues. Y durante estos años –pocos, debo decirlo- en los que entre tanta emisora para oír preferí una para escuchar francamente tuve de las mejores experiencias no sólo auditivas, sino sensoriales, intelectuales y culturales que podía tener gratis, echado en un sofá o haciendo algo en mi computador. Y me da mucha pena, pero en Internet la radio todavía no es lo mismo, le hace falta esa cercanía, esa voz que viaja por los aires y que acompaña, esa voz que no necesita más que un radio taiwanés de contrabando y un par de pilas para hacer magia. Y la HJCK tenía mucha.


Con esto doy por reinagurado este pequeño blog. ¿Las mejoras? Pues la más evidente (el template), la actualización de los links, la encuesta (la encuentran al lado derecho), la cajita, y otras que pondré cuendo estén listas. Bienvenidos y ojalá la espera no haya sido en vano.

domingo, octubre 23, 2005

PARA QUE NO ME OLVIDEN

Les doy un regalito mientras llega el jueves: el top 5 de los mejores 'posts' de NO AL SILENCIO, a mi humilde criterio. Espero lo disfruten.
5- Aborto, doble moral e hipocresía (3 de octubre)
4- La agonía de la chimenea (22 de agosto)
3- Las paradojas del 'rolo londinense' (27 de julio)
2- Historias en la sala de urgencias (31 de julio)
1- La Séptima: mística y desencanto (30 de agosto)
Este pequeño ejercicio de autopromoción porque en la cajita de este blog alguien se quejó de que en los blogs sólo se destacaban los últimos posts... Y como yo no tengo "último post", decidi hacer esto. Una humilde pregunta: ¿están todos los que son? ¿Son todos los que están?
Gracias por los comentarios de apoyo al 'post' anterior, y nos vemos el jueves.

jueves, octubre 13, 2005

NO AL SILENCIO CALLARÁ...

Durante quince días... (Me hubiera gustado que se asustaran) ¿Las razones? 1) Estoy cansado, 2) quiero ver por qué no hay tantos comentarios como antes y 3) se viene una sorpresa...

Gracias a todos los que leen mi humilde espacio cibernético, y los espero dentro de 15 días y los ánimos renovados...

Se les quiere,

JOSE

lunes, octubre 10, 2005


Orgullosa vitrina de la nación colombiana

EL PARQUE NACIONAL

Se supone que cuando la gente tenía a bien creer que Bogotá existía desde la séptima con Jiménez hasta la 53 -siendo esto ya extramuros-, nuestros queridos y seguramente bien intencionados urbanistas de entonces decidieron que a esta ciudad le hacia falta un espacio al mejor estilo del Parque Central de Nueva York, e idearon el Parque Nacional. Aunque siendo estrictos fracasaron, porque alrededor de este lugar no es que haya algo parecido a Manhattan, con todo lo que eso implica. Sin embargo, idearon un lugar que las últimas dos generaciones tienen en el pedestal de las cosas que valen la pena en Bogotá.

Cuando vivía en Barranquilla y venía de vacaciones a esta ciudad, el paseo dominguero desde la entrada al sur de la Javeriana hasta aquel alto donde nace el Río del Arzobispo -al menos- era inapelable. Ahora ya no tengo esa costumbre, pero de vez en cuando no perdona su visita para parar en una caminata ‘septimera’, o para tomarse una caja de vino con alguien un poco más arriba, donde los ojos inquisidores de la mundanal rutina no estorben.

Es de los pocos lugares que conservan una esencia, de esos a los que uno entra y sabe que está allí y no en otra parte. Es patrimonio de todos los amantes de la “comida chatarra” callejera, de todos los jugadores ocasionales de ‘frisbi’, de ‘la lleva’ y de fútbol de parque; es un rincón para aquellos que nos gusta ‘pastar’, entendiendo eso como estar echado en un pedazo seco de pasto tomando el sol y simplemente esquivando la cotidianidad rumiando los momentos y pensando en nada en absoluto. También es el lugar perfecto para imaginar la casa de Swann con todos sus jardines y su cotidianidad perdida en la belleza guiado por la pluma del genial Proust, o en general para salir del mundo de asfalto para entrar al de papel.

Para todos –o al menos quienes creemos que en Bogotá el único parque no es el de la 93, que ni siquiera debería ser llamado así- es importante, tiene algún recuerdo implícito o es escenario recurrente de un momento de esos que uno guarda. Por eso creo saber por qué lo bautizaron “Parque Nacional”. Quien se vaya un domingo por la mañana y se ponga a observar la gente entenderá la composición cultural del pueblo colombiano. Verá las más notables costumbres, como –obviamente- ‘gorrear’ parque, llevar la olla de sancocho, comer obleas y milhojas con almojábanas y mazorca asada, ponerse la camiseta publicitaria “porque es gratis y da caché” y bañarse en una corriente a 4 o 5 grados centígrados con calzoncillos y disfrutarlo como si fueran las termales de no se donde; en ese paseo se es testigo de esos momentos que nos gusta tener porque somos colombianos. Mejor dicho: en el Parque Nacional se conoce a la nación, de ahí el nombre.

jueves, octubre 06, 2005


Que hermosa mentira...

LA ISLA DE LA FANTASÍA

Un casino es un lugar donde la realidad citadina se ve, suena y se siente diferente, pero como todo lugar en el que las cosas parecen cambiar, este pequeño y brillante oasis en este monstruo gris y frío es otra isla de la fantasía. Fantasía de ganar dinero, alimentada por promesas dadas por máquinas de colores que incitan a jugar con ellas y a probar la suerte, esa que todos creemos tener bajo la espalda y que algunos tratan de atraer con toda suerte de agüeros y amuletos.

Esos mismos agüeros que sientan a los jugadores en la ilusión de la racha y en el deseo de oír caer las monedas sobre el metal, de cambiarlas y echarlas al bolsillo para tener plata y comprar algo, o para volver a jugar. Casi siempre, sin embargo, las monedas caen a las arcas de los dueños del casino, que viven de la desesperación de sus más fieles clientes para los que el juego es un vicio y algo imprescindible para soportar esta vida, que transcurre en esos pasillos eternamente secos, cálidos y limpios donde todo parece verdad pero es una mentira.

Vemos sentados detrás del bazuco electrónico a jóvenes que bordean la adultez gastando sus pequeños –o grandes, depende del papá- ingresos en una máquina de póquer de video que algunas veces regala unas cervezas y otras quita hasta lo del transporte. También hay ancianos desilusionados que gastan su pensión y sus últimos ánimos en luchar contra la ley de Murphy detrás de unos botones de colores que se supone son la llave de la riqueza y de la desgracia, mientras quizá desahogan setenta años de frustración al compás de un par de sietes que puede llegar a ser full house, claro, si al cerebro intangible y avaro que parece haber detrás de la pantalla se le da la gana.

Hay señoras que gastan, en ruleta o slot, la plata que sus maridos les pagan para que los dejen ver con sus mozas. Ellas salen de su casa donde nadie las escucha ni las entiende a un lugar donde calmar la ansiedad por ser ese alguien que ya no se fue, todo por culpa de esas malas decisiones que cuando niñas les enseñaron a tomar; un lugar donde la suerte tal vez sea diferente y el compañero de cama no sea un desgraciado ni los frutos del vientre unos desagradecidos, un lugar donde ellas puedan ser poderosas. Sin embargo, cuando salen se dan cuenta que no hay dinero para comprar lo del almuerzo…

Como ellos hay otros, los ejecutivos que utilizan toda su mente para engrosar, después del trabajo, el bolsillo del dueño del lugar; o los niños de 15 años que entraron con una contraseña falsa y que están emocionados porque están perdiendo su dinero como grandes –idiotas-. Todos ellos detrás de la suerte, esa que les permite querer ser lo que no son pero que los estrella contra las calles grises y frías, quizá con la esperanza de recuperar mañana lo que se perdió hoy.

lunes, octubre 03, 2005


¿Para qué joden a mi mamá si mañana me van a matar a mí?

ABORTO, DOBLE MORAL E HIPOCRESÍA

Tal parece que en Bogotá abundan los lugares donde a uno le ayudan a sacar la pata. Lugares que se publicitan en los clasificados del verdadero tribuno moral de los colombianos –El Espacio-, a los que todo el mundo sabe llegar pero nadie da razón de ellos. Lugares donde entran tres (o dos) y salen dos (o uno), y donde dadas las pésimas condiciones de salubridad puede que salga solo uno –nunca una- o ninguno. Lugares responsables de miles de vidas en acto, que por culpa de malas condiciones de salubridad se pierden en búsqueda de extraer ese molesto puñado de células que no las va a dejar seguir con sus proyectos.

El debate sobre el aborto está abierto. El jueves fue televisada una sesión de nuestro “honorable” Congreso, y francamente me asusta que quienes van a decidir sobre la legalidad del aborto en nuestra patria estén tan mal informados, y lo que es peor, sean tan malos argumentadores. No quiero deprimirme ahondando en estos argumentos que no valen ni el movimiento de mis dedos para transcribirlos; pero hay ciertas consideraciones que creo que se pueden hacer.

En primer lugar, aunque es probable que la mortalidad materna tenga una causa importante en los abortos mal provocados, no podemos pensar que legalizando el aborto se va a disminuir el problema. Un sistema de salud en el que mueren niños porque no tienen oxígeno o quedan ciegos porque alguien les aplica formol en los ojos no garantiza nada; el reto es mejorar la seguridad social y la salud pública, y que las mujeres víctimas de un aborto mal practicado puedan recibir atención oportuna sin ser juzgadas por una sociedad con una moral tan doble como la nuestra.

En segundo lugar, la experiencia de un niño que no va a tener una percepción suficiente no puede ser completa, y en este sentido su existencia sólo depende de la voluntad de sus padres. Por más que existan terapias para rehabilitarlos hay casos perdidos, casos de ausencia de bulbo raquídeo en los que el cerebelo nunca se desarrollará y nunca procesará impulsos nerviosos simples, lo que significa que el niño nunca podrá sentir nada en absoluto. ¿Es justo obligar a alguien a mantener a una criatura así? Habría que indagar sobre las razones por las que la gente quiere a los perros y a los bebés, y habría que ver si una criatura sin conciencia ni sensibilidad vale la pena y es efectivamente sujeto de derecho a la vida.

Luego, el problema arduo y espinoso: la violación. En primer lugar, lo ideal sería que las violaciones en efecto se controlaran. Todo el mundo sabe donde hay ‘violaderos’ –a veces a cuadras de un CAI-, pero los verdes francamente se hacen los de la vista gorda. Uno como hombre supone, pero nunca llega a dimensionar, el dolor de una mujer que fue violada, y en ese sentido el dolor que debe acarrear tener un hijo que nunca se solicitó y que fue engendrado por tan hostiles medios. Pero la criatura no tiene la culpa, y quienes defienden la prohibición del aborto dicen que darlo en adopción es una salida digna e inofensiva. Pues no lo es tanto, es como escoger entre dos pésimas opciones: o mantenerlo –la mayoría de las veces a costa de la propia hambre- o regalarlo –literalmente-. La única diferencia es que se supone que las entidades que manejan eso son responsables del bienestar futuro del menor, pero un hijo no es como un cachorro: fue parte durante nueve meses del cuerpo de su madre, y por razones puramente biológicas la separación entre ambos es demasiado traumática.

Yo pienso que no deberían penalizar el aborto por violación, siempre y cuando se haga antes del primer mes de gestación. Es una cuestión dura, pero considero que la libertad de la madre (persona en acto) no es igual que el derecho a la vida futura del hijo (persona en potencia). Se que muchos no están de acuerdo, pero también sé que nadie se ha puesto en los zapatos de la única víctima de una moral ciega que culpa a la violada por “coqueta” o algo así y de una legislación paternalista e inflexible que le impide a la mujer evadir las consecuencias de un acto como estos.

Antes de terminar, hay un par de cosillas que quisiera dejar en el tintero. La primera: ¿por qué ocuparse tanto de seres humanos en potencia cuando en un país como el nuestro tantas vidas en acto son silenciadas? ¿No dicen nuestros “honorables” y “respetables” leguleyos, discípulos del fascista Escribá y de los jesuitas, que la vida humana es digna de respeto desde su concepción? Déjense de estupideces y de llevar debates religiosos al lugar donde se debería pensar en cómo evitar la muerte de aquellos de quienes nadie pone en duda su condición humana –sólo en teoría, lastimosamente-. La segunda: quienes tienen que recurrir al aborto son mujeres pobres en su mayoría. Muchas de ellas no se arrepienten, tal vez porque nunca se han beneficiado del sistema que con tanto encomio defienden el derecho y la moral. En vez de andar moralizando hipócritamente, dedíquense a hacer que ese sistema que con tanta indignación las rechaza por tomar una opción frente a su cuerpo realmente les sirva para algo más que para cultivar resentimiento.