lunes, septiembre 05, 2005

DE INTOLERANTES

La sangre y la muerte son parte de la cotidianidad del transeúnte bogotano. Atracos, atropellos, robos y peleas son parte inseparable de la vida callejera, y por lo general las vemos, las asumimos con indiferencia y pasamos de largo cuando tenemos afán, o cuando podemos nos quedamos haciendo el círculo y disfrutando de la sangre al mejor estilo de un reportero de El Espacio. Pero de solidaridad nada.

La vida en Bogotá es difícil con todos los trancones y los afanes, y uno podría decir que la agresividad de la gente es una forma de desahogo: no en vano los conductores pitan más cuando no pueden sacar nada de hacerlo, en los trancones. Además, por qué no decirlo, a todos nos toca pelear con alguien alguna vez en la vida, ya sea por que nos dieron mal las vueltas o por los abusos de algún pelmazo. Pero hay cosas que van más allá de lo aceptable, y que pasan de un simple conflicto por una botella de trago a una tragedia en la que una familia pierde a un hijo o en la que un adolescente pierde sus piernas.

Hace un par de semanas me tocó ser testigo de una escena bastante chocante, sangrienta e impresionante. No voy a revelar los detalles, pero esta clase de cosas son fruto de la violencia que nos acecha a cada momento y se vuelve parte de nuestra vida. Muchos de nosotros hemos sido víctimas de la intolerancia y/o el abuso de otras personas, sin darnos cuenta que esa intolerancia es en parte alimentada con nuestras propias actitudes.

La “Bogotá sin indiferencia” francamente es una vaga ilusión, todos sabemos que nos importa poco la vida del otro y que a ese otro no es que le interese en algo la nuestra: nos ocupamos de nuestros afanes y caminamos sin ver, sin que algo nos importe más que llegar a tiempo o que nadie nos moleste. Y esa indiferencia no es sólo de los de a pie: con medidas que tienden a aumentar la pobreza –así digan que “está disminuyendo”- y como consecuencia la inseguridad no creo que se esté haciendo algo inclusivo, o al menos algo que no sea indiferente a la situación de muchos.

El problema no es de los políticos, puesto que al fin y al cabo con ellos nunca se ha podido contar. El problema es de nosotros, que somos parte de la intolerancia de que somos víctimas porque nos hace derramar sangre y lágrimas.

3 Comments:

At 3:12 p. m., Blogger *Ivonne*BlackCatHat said...

Bueno, sip lo de la intolerancia es verdad, en ocasiones uno se vuelve tontamente intolerante por nimiedades (por ejemplo los 50 pesos de las vueltas del bus) pero también es cuestión de confianza, los habitantes de la ciudad son muy confianzudos en ocasiones, de ahí el que uno de la mano y ya le vayan es cogiendo el codo, por eso no hay que dejar pasar esas cosas pequeñas que luego se convertirán en costumbre, pero hay quienes se pasan de reclamos y pasan a los golpes.

Pero el tema es la indiferencia, no sé he tratado de pensar mucho en eso pero no llego a ningún lado, la única forma es abrir los ojos más, no pasar sin mirar, no hablar por hablar y más bien actuar sabiendo por qué se va a actuar. Éstos días leía sobre la cotidianidad y la semiología y daban una definición que se puede ajustar mucho a ésto: el juego de experiencias sensoriales que se viven en la cotidianidad es infinito en cada momento de la vida de un individio, de ahí que el hombre gaste la mayoría de su tiempo en actividades cotidianas y de poca importancia. Eso es algo que lo deja a uno pensando, será que no le doy importancia a lo que debería? Eses es uno de los pasos para derrotar esa indiferencia.

La indiferencia es uno de los tantos demonios que habitan comúnmente una ciudad capital como la nuestra, lastimosamente.

 
At 5:14 p. m., Blogger David Motta said...

Todos andamos con la idea que no hay que dejar montarsela y esto genera que estemos siempre prestos a atacar al otro preventivamente.

 
At 9:12 p. m., Blogger José Luis Peñarredonda said...

ABSOLUT: Una buena pregunta al autor de esa cita podría ser la siguiente: ¿recuerda usted su experiencia sensorial cotidiana? Es decir, ¿alguien "normal" ha reparado en su cuerpo y en sus sentidos mientras vive su cotidianidad?
Lo que yo creo es más triste: cuando uno se vuelve parte de un sistema productivo le toca empezar a cumplirle a alguien y vivir de acuerdo a la voluntad de otros. Al colombiano promedio lo único que le interesa es la plata, y si toca renunciar al criterio y a la solidaridad para conseguirla pues no hay nada más que hacer, al fin y al cabo no nos han educado ni nos educarán en nada diferente a sacar ventaja de todo -malicia indígena-. Por esto, al colombiano sólo le importa su suerte: ¿te has preguntado por cosas como la relación entre solidaridad y filantropía empresarial (reducción de impuestos) o la ausencia todal en nuestro país de movimientos sociales? si con lo que me beneficia beneficio al otro, pues bien, si lo jodo, mejor. Gracias por tu comentario.

FOUCAULT: La desconfianza... vaya problema. Yo mismo me asusto de mi propia sombra (y es en en serio), pero creo que todo es parte de lo mismo y de lo que le respondí a Absolut: si a mí me interesa aprovecharme del otro, supongo que el otro querrá aprovecharse de mí. Y por ley del embudo no debo permitirlo. Es algo así a lo que pasaba en el Estado Natural de Hobbes, en el que la desconfianza mutua lleva a la agresión mutua. Un saludo y gracias por su comentario.

 

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