martes, diciembre 13, 2005

IMPULSOS AUDITIVOS

Las coordenadas de la realidad son el oído y la vista. Cada lugar en el mundo se oye y se ve de una forma característica; de hecho se puede decir que los lugares casi son lo que en ellos suena y se ve. Las paredes, además de aislar el espacio, aíslan un lugar al separar su ruido del de afuera; por eso ponemos paredes con el mundo cuando cerramos las puertas, cuando ponemos música en un carro o cuando usamos audífonos.

Otra cosa es caminar. Es viajar entre el ruido de muchas partes, dejándolo existir y fenecer al instante con cada paso; caminar es estar en todas partes al tiempo e igualmente en una parte cada vez. Pero uno no se hace a la idea del ruido de tal o cual esquina, uno oye el ruido de la ciudad, es decir la suma de todos los ruidos de todas sus partes. Y cada ciudad suena de una forma, unas suenan a pajaritos y a gente contenta, otras a carros y a afanes, y otras, como Bogotá, a freno de aire de buseta y a taladro eléctrico.

Se supone que todos deberíamos vivir en un ambiente en el que el ruido no nos vuelva locos. Pero no, parece que esa fue otra de las cosas que se dejaron de lado cuando se diseñó esta ciudad. Empezando con el aullido de aquellos sicópatas de la música que se hacen llamar “vallenateros románticos” el cual es exhalado por los polvorientos parlantes de los buses de nuestra ciudad, y siguiendo con el coro de niños –que parecen atados de los testículos- cantando comerciales de navidad y/o villancicos y con la vulgar gritería de los “reguetoneros”, esos que creen que por ser negros –la raza que ha hecho la mejor música en Occidente- pueden ‘rapear’ detestablemente sobre el movimiento pélvico de “sus” féminas al compás de los sonidos que un sintetizador escupa. Todo esto amenizado por los aullidos de un locutor que cree que tiene una voz ‘setsi y seduptora’, quien gime como si estuviera en medio de una sesión de sexo desenfrenado y no habla como si se dirigiera a un público que merece respeto, aunque él no lo sepa.

Llego a mi destino, me bajo del bus, y la mal llamada música se ahoga en el pito de otro automóvil al cual le fue bloqueado el paso por el cacharro del que recién me bajé. Después del aturdimiento sentido por mi oído sensible, camino hacia una acera y me acostumbro a los berridos afanados de otros miles de carros, a las voces de los vendedores y a los pitos de los inútiles policías de tránsito. Por suerte, solo tres cuadras me separan del silencio de mi hogar.

Ando rápidamente, paso por un concesionario en construcción y por el ruido de un martillo eléctrico, por un par de conductores afanados más y por un camión de trasteos en reversa; saludo al vigilante, subo las escaleras, abro la puerta, y ¡mierda!, alguien taladra… Sólo digo que soy afortunado, al menos no vivo al lado del Aeropuerto, otro sector que se les escapó a las brillantes mentes de nuestros urbanistas...

4 Comments:

At 1:00 p. m., Anonymous Anónimo said...

Si. Nos falta pensar en calidad de vida auditiva, es decir, en la contaminación auditiva, tan olvidada en la época moderna. Todo afecta y por algo existe el incremento del streess.
Felicitaciones por haberte referido al tema.

 
At 7:16 p. m., Blogger Pili said...

No sé si es masoquismo, pero muchas veces disfruto y siento placer con el ruido, me estimula..

 
At 7:34 p. m., Blogger David Motta said...

No se si ha ido a los centros comerciales ultimamente, tanto ruido tanta gente, es esos momentos todos deberían callarse so pena de muerte.

 
At 10:32 p. m., Blogger José Luis Peñarredonda said...

NANNITA: Que paila... En tu caso recomiendo una dosis de buena música, pero en audífonos... Cuídate y un saludito especial...

LULLY: El problema es que a las autoridades no les importa mucho, y el DAMA no le importa a nadie... Bienvenida.

PILI: El problema es que el ruido pasa del umbral estimulante al estresante, y de ahí al desesperante. Y cuando uno está desesperado hace más ruido :P... Cuídate mucho y un abrazote :)

FOUCAULT: Estamos en Navidad, la época más ruidosa del año... Un saludo

 

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