jueves, junio 16, 2005

REFLEXIONES SOBRE LA CAJA BOBA

Nota: Este texto fue publicado en el periódico El Punto, de la U. del Rosario.
Una persona promedio gasta cuatro horas diarias al frente de la ‘caja boba’, lo que suma 120 horas al mes, cinco días completos. El apodo no es gratis, algunos dicen que la ‘tele’ en efecto embrutece, y aunque creo que esto no siempre es así sí considero que es muy peligroso mezclar ignorancia con televisión. La programación es y a la vez no es el reflejo de la realidad, esta sí nos muestra los conflictos humanos pero nos maquilla a sus protagonistas, nos vuelve parte de una realidad tan visible como irreal con el objetivo de cautivarnos y de que compremos la cantidad de hermosos, útiles, prácticos y económicos productos que en los comerciales nos meten por lo ojos y los oídos.
El mundo es complejo, y más hoy día que nunca. A cada forma de pensar le sale de la nada su enemigo acérrimo, ya no se puede simplemente existir sin ser marcado de fascista o de libertino, de ‘godo’ o de ‘lobo’, de ‘sabelotodo’ o de ignorante. La televisión simplemente refleja esto, y con un poco de suerte toma una posición imparcial. Sin embargo, lamentablemente eso es mucho pedirle a la mayoría de los realizadores, que francamente sólo piensan en mercados metas para su pauta y no les importa algo más que vender mucha publicidad y que mucha gente la vea, porque así la pueden vender más cara.
Dado que MTV “es” un canal de liberados drogadictos y FOX “es” un canal de ignorantes, o que Caracol o RCN “son” unos fascistas vendidos, es fundamental que no sólo el observador educado, sino el espectador promedio comprenda que hay vida por fuera de la tele. ¿Qué hacer cuando uno ve una escena de una pareja que parece estar teniendo sexo y cambia el canal y ve al señor Presidente decir que “hay que dejar el gustico hasta el matrimonio”; o cuando ve las imágenes de la pobreza en África y tres canales más allá aparece un señor rapero con par esculturas humanas –léase modelos- a cada lado bajándose de un Rolls Royce? No comerle cuento a nadie.
Es triste, pero francamente no se puede esperar que alguien le diga la verdad a uno, y menos alguien que salga en televisión. En principio, “la verdad”, ese conocimiento incontrovertible, absoluto y revelado no existe, por lo que nadie tiene derecho a promulgarla como suya. Existen concepciones ante la vida, existen formas de pensar al mundo que, aunque en la mayoría de casos no son tan autónomas como quisiera, la gente tiene entre pecho y espada, y por eso salen en la tele.
Nada como la televisión como para enseñarnos a vivir y a pensar. Sí, es ‘chévere’ seguirla y verse como cualquiera de nuestros miles de David, ya no de Miguel Ángel sino de MTV, o de Pasión de Gavilanes. ¿Pero qué sentido tiene ser como ellos y no como nosotros? Lo que la tele no debería enseñarnos como vestirnos ni como pensar, debería enseñarnos a ser atentos y críticos, debería enseñarnos primero que todo a que el mundo va más allá de nuestra narizota y segundo que todo a que, como en el mundo, en la cajita de fantasía no hay nada completamente cierto ni completamente válido. Por eso digo que la ‘caja boba’ no es tan vacía como algunos críticos de lo que no ven creen que es, simplemente es tan vacía como la materia gris que se pose detrás de lo ojos de quien esté al frente de ella. ¿Qué tan banal es la tele entonces? Ojalá que muy poco, y más que eso, ojalá que cada vez menos.